jueves, 27 de marzo de 2014

RELATO: UNA FOTOGRAFÍA PARA LA POSTERIDAD

Hola, mistercitos!
Amar a un semejante es como ver la faz de Dios. ¿Qué os parece la frase? Yo la llevo metida en la cabeza, junto con otras cuantas más, desde ayer. He estado en uno de esos espectáculos que, cuando los ves por primera vez, te dejan marcado para siempre. ¿Adivináis cuál?
Parece que el dinero es lo que hace al mundo girar, pero creo que el amor tiene más peso del que a primera vista pudiese parecer, sólo que pasa más desapercibido. Y estoy hablando del amor en todas sus variantes. Hoy os presento a Martín y a Elena. Su historia de amor podría parecer como la de otros muchos, pero algo marca la diferencia. Eso sí, el romanticismo está garantizado y los sentimientos a flor de piel. Os invito a seguir leyendo.
Hasta dentro de muy poco.




La luz del flash se disparó convirtiendo, por un momento, la habitación en una estrella brillante. Luego todo recuperó su normalidad cromática y Martín miró la pequeña pantalla de su teléfono móvil. Sonrió satisfecho. El instante había sido captado y la imagen merecía pasar a la posteridad. En ella, Elena y él mismo yacían juntos en el mismo colchón. Ella con los ojos cerrados y él con el gesto sereno, invadido por la nocturna calma que suele relevar a la agitada tempestad del día.
Dejó con mucho cuidado el teléfono sobre la mesilla, tratando de no hacer ruido y apagó la luz de la lámpara. La habitación, sin embargo, no se había quedado a oscuras. Ahora no estaba sólo y las cortinas del cuarto permanecían abiertas, dejando que la luz de la luna, diluida en la de las farolas, se colase a través de los cristales de la ventana. Ahora no estaba solo, ya no. Se había terminado el “yo” y empezaba el “nosotros”. Martín y Elena, ambos nombres irían ya siempre juntos en cualquiera de las frases referidas a alguno de ellos dos. Aquella idea le emocionaba tanto que si ella estuviese despierta le pediría que colocase su mano sobre el estómago de él para poder sentir los temblores producidos por los cientos de mariposas allí atrapadas.
Martín se abrazó con suavidad a la chica y luego se apretó a ella con fuerza. Aquello sentaba bien, más que bien en realidad. Tanto tiempo había soñado aquel momento que, ahora que se cumplía, sus cinco sentidos se quedaban cortos para catalogar todas las sensaciones que conquistaban su carne y su espíritu. Ella era todo lo que él había deseado desde aquel día en el que se tropezaron en el pasillo de la universidad. Entonces él no era gran cosa y Elena tan sólo le había dedicado una leve sonrisa de disculpa para luego continuar su camino sin mirar atrás. Fue él quien volvió la vista para mirar a aquella chica, congelando la imagen en su mente, registrando cada uno de sus delicados movimientos, grabando en la memoria el balanceo de su coleta bailando con cada uno de sus pasos.
Desde entonces no había habido otra para él. Todo lo que había deseado era que cuando llegase su último día fuese ella la que estuviese entre sus brazos. Cada mañana se levantaba con la impaciencia de ir a clase, sólo para cruzarse con ella en silencio, mirándola con una mezcla de disimulo y timidez que nadie a su alrededor había captado jamás. Sus admirados ojos se posaban en ella en el aula, la buscaban en la biblioteca, la devoraban en la cafetería y se regocijaban suponiendo que hasta las mismísimas flores del jardín envidiaban una belleza que no a cualquier rostro le estaría permitido lucir.
Y así, esas mismas flores se marchitaron para renacer en la primavera siguiente, anunciando la cercanía del verano, del fin de curso… del último curso. Una vez abandonasen la universidad, lo harían para siempre y sus caminos se separarían sin que ni siquiera el dios Eros pudiese ponerle remedio. Por eso era él, Martín, el único capaz de hacer algo al respecto. Tenía que ser valiente, acercarse a ella, hacerla partícipe de sus sentimientos e invitarla a descubrir el mundo oculto tras su máscara de apocamiento. Por primera vez en mucho tiempo, tal vez en toda su vida, Martín mandó callar a su cabeza y prestó atención a las razones que el corazón le daba.
Y ahora allí estaban. Los dos juntos en la cama de su habitación, Martín abrazado a Elena, observando de cerca y sin miedo aquel rostro que tantas ensoñaciones le había producido, sintiendo su piel contra la de ella y dejándose bañar por la humedad que todavía se desprendía del cuerpo femenino para mezclarse con la de él y traspasando las sábanas blancas. Era feliz. Hasta aquella misma tarde era casi un desconocido para ella y ahora sus destinos estarían siempre juntos como el ciprés y la tierra en la que hunde sus raíces con firmeza.
Martín sintió la necesidad de cerrar los ojos y así lo hizo. En la oscuridad de sus párpados se dibujó entonces un vasto mar de florecientes amapolas perfumando el aire con oscilantes esencias. El joven no se resistió; le habría gustado alargar un poco más el momento, pero el sueño empezaba a ser poderoso. De todos modos, no importaba mucho ya. Hasta el día anterior sabía que moriría si no podía estar con ella. Ahora todo era distinto. Por eso ninguna preocupación encontraba cobijo en él, por eso sabía que podía abandonarse tranquilo a aquel desvanecimiento.
Antes de caer rendido por completo, Martín hizo un último movimiento con los ojos cerrados y acercó su nariz a Elena, hundiéndola en su cabello. Aspiró con profundidad y dejó que aquel perfume trajese a su mente la imagen de un parque desnudo en el que una lluvia de hojas secas iba formando una alfombra pardusca sobre la que reposar por toda la eternidad. Y allí, entre todas aquellas hojas, escondidas casi con descuido, reposaban las uvas del vino de Elena, las uvas del vino de Martín, vino que corría en regueros imparables por las callejuelas del parque, descendiendo por sus cuestas hasta estancarse en una fosa apartada para formar un charco que no tardó en desbordarse. El oscuro líquido de rojizas tonalidades lo cubría ya todo, el manto de hojas, las sábanas del colchón, el suelo de la habitación.
Elena permanecía inmóvil. Martín tampoco se movió. Y así les encontraron tres días después. Tendidos en la cama, ella con la puerta abierta en su estómago, él con las ventanas abiertas en sus muñecas, el colchón y el suelo teñidos de vida abandonada, bajo la cama el filo frío y brillante que había servido de instrumento a una mente trastornada de amor y sobre la mesilla un teléfono con una fotografía. Una fotografía para la posteridad en la que Elena y Martín yacían juntos en el mismo colchón. Ella con los ojos cerrados y él con el gesto sereno, invadido por la nocturna calma que suele preceder a la agitada tempestad del día.

11 comentarios:

  1. ¡Brillante, Mr. M! Mientras leía, por un momento pensé «bueno, el artista de las letras nos presenta a las mil maravillas una faceta desconocida, llena de romanticismo» y quería deducir cómo plantearías la conquista de Elena por parte de Martín. Y, luego, en el último párrafo todo se desbarrancó (para bien, claro): el final apabulla con su llegada, y nos deja boquiabiertos, disfrutando de un drama excelentemente narrado.
    Las metáforas del sueño y la muerte, y del vino con la sangre, geniales.
    En fin, me encantó (parte de tu faceta romántica lo conocía de la relación de Samuel y Vicky, tan bien descripta en «Plato frío»).
    Con tu permiso, comparto el cuento y espero que, así, más gente pueda disfrutar de tus letras de excelencia.
    ¡Saludos!

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    1. ¡Muchas gracias, Juan! Creo que a estas alturas queda claro que me gusta jugar con los relatos y que intento hacer creer al lector que está siguiendo un camino cuando, en realidad, es otro por el que va. Unas veces lo consigo mejor que otras.
      Por supuesto, yo también tengo mi faceta romántica, soy más sentimental de lo que normalmente dejo ver en los escritos. Como bien dices, con Samuel y Vicky me explayé un poco más.
      Ya he visto que has compartido el relato en Facebook, algo que me ha reportado algunos seguidores nuevos, así que muchas gracias.

      Nos seguimos leyendo.

      Un abrazo!

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  2. Esta vez nos la has metido doblada. Se pone uno a leer esto y hasta siente cierta simpatía por Martín para tener que enterarse al final de la verdad. Lo he releído y me he dado cuenta luego de las metáforas que utilizas, casi todas referentes a la muerte. Cada vez te lo curras mas, muchacho. Y en teoría estás empezando.

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    1. Me lo curro, pero todavía tengo mucho que aprender. Como bien dices, estoy empezando.
      Gracias por tus palabras y por no faltar nunca.

      Un saludo!

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  3. Por un momento me sentí identificado, de hecho muy identificado, con el Martín de la universidad. Pero luego no me quedó más remedio que "evadirme" de él para no aceptar en mí mismo un desenlace semejante.
    Y ante esta contradicción sólo cabe reconocer el buen arte del narrador, así que ¡felicidades!
    Saludos.

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    1. Gracias, Alex! Encantado de haberte "engañado". Te contaré algo, en un principio, el relato no tenía ese final. Ella estaba muerta, pero de forma natural, mientras él, ajeno a su fallecimiento, se regocijaba en sus recuerdos. Pero al final se me ocurrió el nuevo desenlace, así que reescribí el cuento y esto es lo que ha quedado. Vamos, que la esencia de Martín era buena, soy yo el que la ha ensuciado.
      Gracias por pasarte por aquí. Te sigo leyendo a ti también.

      Un saludo!

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  4. ¡Que bueno, M! Yo también he picado. Parecía un cambio de registro en la temática de lo que suelen ser tus relatos y al final le das la vuelta a todo para llevar al lector de golpe a un desenlace macabro. Me ha gustado la técnica.

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    1. Es lo que pasa, que la cabra tira al monte y por muy romántico que me ponga, al final no me quedo contento si no muere alguien.
      Gracias por el comentario.

      Un saludo, Paul!

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  5. Hola Mr M, sólo puedo decir que me ha parecido un relato precioso, lleno de romanticismo, de delicadeza, he disfrutado como una enana leyéndolo aunque, como tengo una mente retorcida, a mitad ya empece a sospechar que era una historia demasiado hermosa para ser verdad. Pensé que ella estaba muerta, lo que no pensé es que él también lo estaba. Pero tiene su lógica, dentro de ese amor enfermo ¿cómo iba a vivir sin ella?
    Enhorabuena por esta nueva faceta romántica que acabo de descubrir en ti, es perfecta. Aunque el relato acabe como el rosario de la aurora. ¡Felicidades!
    Un abrazo

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    1. ¿Qué tal, Nena? Gracias por tu opinión. Me gusta ir mostrando poco a poco nuevas facetas, soy como las cebollas, cubierto de capas distintas.
      Felicita a tu retorcida mente por su suspicacia. Lo cierto es que si los Martínes del mundo tuviesen tanto valor para afrontar la vida como para usar la fuerza y el cuchillo éste sería un lugar un poquito mejor.

      Un abrazo y, de nuevo, gracias!

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  6. Impresionante demostración del talento que tenés para nadar en distintas aguas de un mismo océano, Mr. M. Lográs convencer al lector que sos un poeta, un tierno, un tipo que se la rebusca bien con la narrativa florida repleta de metáforas, y todo para darle esa bofetada que da una buena historia, un volantazo que nos devuelve al Mr. habitual, ese que se divierte dejándote con la boca abierta. Me gustó, claro que sí.
    Saludos.

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