Ya vuelve a ser lunes. El fin de semana de nuevo es un recuerdo del pasado y el sábado una imagen congelada en el tiempo. Hoy es lunes y la rutina vuelve a llamarnos disfrazando su voz de alarma de despertador. Por delante nos quedan cinco días hasta que llegue otra vez la locura. Sé que estoy exagerando, que la semana no tiene por qué ser tan terrible. Es más, seguro que cosas maravillosas nos aguardan pero ¿alguien va a negarme que despertarse el lunes por la mañana es un auténtico asco? Pues lo que yo decía.
Y hablando de asco, hoy os traigo un relato cuyo título es ese. "Asco". ¿Y a qué viene eso? Pues son los designios de mi mente pérfida, que hoy ha decidido que estaría bien ayudaros a comenzar la semana revolviéndoos el estómago. Si aún no habéis desayunado, no lo hagáis todavía. Si ya habéis ingerido vuestro café y vuestras galletitas... Buena suerte.
Nos vemos!
Le había
dado muchas vueltas, tal vez demasiadas, pero la conclusión a la que había
llegado era esa y no otra. Ahora lo tenía claro. Iba a hacerlo, aunque seguía
rezando porque no hubiese necesidad de ello. Allí estábamos, el colchón y yo y,
en medio de los dos, ella.
Ella. La
fuente de la que manaba el agua de todos mis desvelos. Cada uno de mis
pensamientos giraba en torno a ella y, cómo no, esta vez no era una excepción.
Los dos en la cama, piel contra piel. Debería ser excitante y, de hecho, lo
era. Pero había algo más, aquel miedo que parecía estar susurrándome de
continuo al oído. Era un temor más poderoso que mis propias fuerzas y sabía
que, de no rebelarme contra él, terminaría sucumbiendo. Eso era lo que me tenía
sufriendo, allí encima de ella, poniendo todo mi cuidado en concentrarme en lo
positivo de la situación. Ella…
Ella era
bonita, no sólo eso. Tenía ese algo especial que hacía que tus pupilas tirasen
con fuerza de tu cabeza, obligándote a girarla a su paso. Su piel era blanca,
suave y delicada, casi tanto como el papel higiénico que acaricia tu parte más
oscura en tus momentos más íntimos. Sus gruesos labios eran de un rojo tan intenso
que sólo podían compararse a la maldición femenina del mes. Sus ojos eran de
una belleza tal que las legañas que pudiesen formarse a su alrededor se
asemejaban a delicados encajes que los adornaban. En definitiva, ella era todo lo que cualquier
hombre podía soñar. Y sin embargo…
Empecé a
moverme sobre su dulce cuerpo. Lo hice con sumo cuidado, tratando de disfrutar
de cada una de las placenteras sensaciones que aquella fricción contra las
paredes femeninas paría. Ella también parecía disfrutar. Todo parecía ir bien,
así que me relaje.
Ese fue mi
error, pues marcó el momento en el que todo se empezó a descontrolar. El temido
malestar en mi estómago se hizo presente. Era como si una mano ardiendo se
aferrarse a mi interior y lo retorciese con rabia. Luego subía hasta los
pulmones y los oprimía complicando hasta el extremo la tarea de respirar. Por
último, aquellos dedos internos se aferraban a mi garganta, abriéndola
dolorosamente. El proceso era el mismo una y otra vez, sólo que la intensidad
iba en aumento con cada repetición. Tal fue así que pronto la desazón dio paso
a una desagradable sensación de repugnancia. Estaba claro, ella me daba asco.
Un
violento movimiento de mi estómago estuvo a punto de mandar a mi espíritu lejos
de mi cuerpo. Ella mi miró extrañada.
—¿Eso ha sido una
arcada? —preguntó.
Yo quise
tranquilizarla, quise tranquilizarme, pero cuanto más empeño ponía en aparentar
normalidad, más se rebelaba mi cuerpo, que sin demasiada oposición, se sometía
al poder de las náuseas. Quise hablar y entonces ocurrió. Mi estómago pareció
darse la vuelta como un calcetín, mi boca se abrió sin haber recibido orden
alguna del cerebro y mi mente recibió el mensaje. Vómito en tres, dos, uno…
Lo hice.
Vomité.
Vomité
sobre ella.
Vomité con
intensidad.
Tragué
saliva tratando de mitigar aquel sabor ácido. Abrí y cerré los ojos varias
veces, escurriendo parte de la humedad que los empañaba. Lo que vi sólo sirvió
para reiniciar el proceso. Su rostro cubierto por la inmundicia me lanzaba una
desvergonzada sonrisa.
—Tú sí que sabes
cómo tratar a una chica —me dijo con lascivia.
Aquellas
palabras fueron el revulsivo que yo no necesitaba. Vomité con mayor potencia,
si es que eso era posible. Fue tal la fuerza con la que lo hice que aún no me
explico cómo no salí disparado, cruzando el aire hasta el otro extremo de la
habitación. Y ella como si nada, estaba encantada. Si la hubiese bañado en
champán francés creo que no habría podido hacerla tan feliz.
Agotado me
dejé caer sobre ella. Ahora lo tenía claro. Iba a hacerlo, ya no podía seguir
rezando para evitarlo. Sabía que podía dejarla, mandarla a la mierda y pasar
página, pero también sabía que acabaría volviendo a ella. Me daba asco y, sin
embargo, había algo que me obligaba a buscarla constantemente. Apartarla de mí
no era la solución. No. La solución era otra y estaba en mis manos, las mismas
que rodeaban ya su cuello. No lo pensé, si lo hacía no me decidiría y apreté.
Ella quiso decir algo, pero no pudo. En su lugar, eran sus ojos los que me
hablaban, lanzándome una mirada exigente de una explicación. Trató de oponer
resistencia, pero mi cuerpo sobre el suyo limitaba su capacidad de movimiento.
Ella
braceaba en un forcejeo inútil que poco a poco iba decayendo. Verla así, con
sus ojos poniéndose en blanco, su lengua retorciéndose fuera de sus labios y
embadurnándose de la inmundicia que la cubría sacó de mí lo poco que quedaba
dentro y un nuevo brote ácido manó desde mi garganta hasta recorrer sus
cabellos, que ya no se sabía si eran rubios, morenos o rastas con tropezones. Hundí
mis dedos en la carne de su cuello y apreté… Apreté… Apreté… Y ella dejó de
moverse. Entonces aflojé hasta soltarla.
Poco a
poco retrocedí hasta abandonar la cama. Allí de pie, en medio del cuarto,
contemplé la escena. Su cuerpo sucio y petrificado era la confirmación de que
nunca más volvería a sentir asco. De hecho, pude notarlo, la normalidad se
instauraba de nuevo en mis adentros. Sentí un vacío enorme. Tenía hambre.
Muy bueno Mr. M.
ResponderEliminarLos dos disfrutaban de esa relación algo enfermiza; y el desenlace violento, creo,podría hacer sido para un lado o para el otro.
Gran manejo de las descripciones del entorno y de lo que vive el protagonista; y, por ello, tus letras traspasan la pantalla para llegar de la mejor manera a nosotros, tus lectores.
¡Saludos!
Muchas gracias! Celebro que te guste. Sí que es una relación bastante enfermiza, pero creo que son las de ese tipo las que, para bien o para mal, más se disfrutan. Las descripciones quise hacerlas esta vez un tanto atípicas, espero que hayan logrado el efecto esperado.
EliminarUn abrazo y publica pronto!
Un poco de asco si que da imaginar a esa chica cubierta de vómito pidiendo más. Supongo que lo que le asqueaba al tío era que aunque era guapa, era una cerda.
ResponderEliminarJajaja, muy buen relato. Me ha parecido original.
Ni siquiera yo tengo muy claro qué es lo que asqueaba a este tío. Ser una cerda es una opción tan válida como otra cualquiera. Tal vez el problema del protagonista sea que no quiere admitir que él tamién es un cerdo, algo que le queda claro cada vez que está con ella. Puede que por eso la mate. Claro que esto es sólo una suposición, que yo no estoy dentro de su cabeza.
EliminarUn saludo.
Mira, por poco lloro de risa y te lo digo en serio, qué situación tan surrealista; lo mismo que tus descripciones sobre la belleza de ella. Esto no es malo, conste que a mi pocas cosas me hacen reír con sinceridad y el relato me ha gustado quizá por eso, porque me encantan ciertas reacciones y pensamientos humanos totalmente dislocados. Un poquito de asco sí me ha dado al final cuando, al estrangularla, ella saca la lengua y "tropieza" con los tropezones... aaaaag.
ResponderEliminar¿Y al tío no le valía con mandarla a la mierda? Espero que se alimentara bien después, porque si cuando siente asco estrangula, mejor que no salga a la calle con hambre.
Muy bueno.
Wow! Me encanta que pienses así. Creo que tú eres de los míos. Me alegra un montón que te haya hecho reír, pues la intención era esa. Pretendía ser gracioso. A mí también me gustan esas reacciones humanas dislocadas.
EliminarEn cuanto a mandarla a la mierda, tal vez lo hayas pasado por alto. El mismo protagonista lo dice. No le basta con apartarla de él porque sabe que siempre acabará volviendo a ella. La única forma de evitarla es matarla.
Te mando un abrazo y te agradezco tus palabras.
Seguimos leyéndonos.
¿Algo tan macabro puede tener gracia? Si lo escribes tú sí. Me he reído con ganas y he disfrutado mucho este nuevo relato tuyo. El estilo me ha recordado mucho al de tu novela PLATO FRIO, macabra y divertida. Tus relatos suelen estar muy bien, pero hecho en falta ese toque cachondo que los haga tan personales.
ResponderEliminarMuchas gracias. Encantado de que hayas pasado un rato divertido.
EliminarTienes razón, mis relatos no suelen tener ese toque cachondo que dices. ¿Sabes lo que ocurre? Tanto para "Plato Frío" como para la nueva novela me guardo todos esos chistes o situaciones graciosas que se me puedan ocurrir, porque la verdad es que me cuesta mucho dar con ellas. Escribir una novela me lleva unos cuantos meses y termino quedándome seco de ideas. Si encima tengo que idear chistes para los relatos creo que la cabeza terminaría reventándome. De todos modos, intentaré arrancaros alguna sonrisa más con los próximos relatos.
Eso sí, dentro de poco empezaré a hablaros de la nueva novela y, puedo garantizártelo, si con "Plato Frío" te reíste, con ésta vas a reventar.
Un saludo y gracias por tus sinceras palabras.
Una combinación perfecta para un relato de estas características: muerte y revulsión. Muy buena historia. Y ese hambre del final da un cierre brillante, el cual describe cada sensación de asco que siente el protagonista hacia la mujer.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias! Lo del hambre fue algo que se me ocurrió en el último momento. Si tanto había vomitado, el tipo tendría que tener el estómago vacío.
EliminarGracias por el comentario positivo.
Un saludo!