Así somos, queriendo siempre disimular nuestra auténtica personalidad, con la esperanza de que los demás vean en nosotros lo que imaginamos que quieren ver. Un poco triste, ¿no? Pero la buena noticia es que el carnaval ha terminado ya, así que podemos desprendernos de nuestros disfraces. Os propongo un reto. Despojarnos de ese atuendo tras el que solemos escondernos y salir a la calle, aunque sólo sea por un día, y ser quien realmente queremos ser. Además, deberíais recordar el refrán. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Así que ya lo sabéis. ¿Qué vais a hacer?
Yo, por lo pronto, os dejo con el relato que he preparado para empezar la semana. A diferencia de otras ocasiones, esta vez he decidido partirlo en dos, que me he emocionado escribiendo y casi me sale una novela. Su título es "Carnaval" y su trama viene a mostrar algo de lo que acabo de explicar, que hasta el ser más insulso e insignificante, cualquier don nadie tiene motivos ocultos que pocos podrían imaginar. Disfrutad de esta primera parte, mañana la segunda.
Un abrazo a todos y todas!
Fran era
un desastre. Su vida era un desastre. Su mala cabeza le había llevado siempre
por los caminos menos indicados y, en cada uno de ellos, el destino había sido
siempre peor que el anterior. Con treinta y cinco años cumplidos todavía no
tenía una vida formada y estable. Por sus brazos habían pasado innumerables
parejas, pero nunca había podido conservar a ninguna. Dos coches había tenido y
los dos los había estrellado en sendas noches de dictadura alcohólica; ahora
cogía el metro o iba andando a todas partes. Tampoco había tenido nunca
vivienda en propiedad y los alquileres eran algo que ya no podía permitirse;
ahora malvivía en una inmunda pensión del centro. Fran no tenía nada, pero el
dicho siempre había rezado que mal de muchos, consuelo de tontos, así que él se
conformaba pensando que en la actual situación de España, en la que la
prosperidad parecía haberse diluido con el agua de la lluvia hasta perderse por
los enrejados de las alcantarillas, tampoco había mucho por lo que esforzarse.
Si no lo había hecho en los buenos tiempos, menos iba a hacerlo ahora.
No
obstante, esto en ningún caso significaba que Fran no aspirase a tener una vida
mejor. Siempre la había deseado, pero la lucha era agotadora y él nunca se
había caracterizado por su fuerza y tesón. Y, aún así, ahora lo sabía. Todo
estaba a punto de cambiar.
Del todo
presente tenía todavía aquella conversación, pocos meses atrás, con un viejo
conocido. Aquel tipo siempre había sido la envidia de Fran. Las cosas parecían
irle bien. Casa, mujer, coche, cuenta corriente, todo bueno y, lo más
importante, todo sin esfuerzo. Fran siempre había querido saber los asuntos en
los que su amigo estaba metido y que tan abundantes beneficios le reportaban,
pero aquello era algo que el hombre siempre había mantenido en el mayor de los
secretos. Hasta la noche aquella, por supuesto. Fran no pensaba mucho, pero
cuando lo hacía conseguía extraer alguna idea de entre las telarañas de su
mente.
Con
absoluta alevosía y premeditación había invitado a su colega a una noche de
copas. El alcohol había corrido de su cuenta, y eso que no estaba para aquel
tipo de derroches, pero aquello era una inversión de futuro. Fran estaba seguro
de ello. Así fue como consiguió sonsacarle a aquel tipo el misterioso método
utilizado para atraer tanta fecundidad a su vida. Después sólo tuvo que esperar
un tiempo, hasta las vacaciones de su envidiado conocido en concreto. Una visita
furtiva a la casa vacía, de la que se trajo un suvenir, y ya podía sentir su
vida cambiando de color.
Fran salió
a la calle con el ánimo por las nubes casando con el ambiente callejero. Era
carnaval, la fecha indicada. Sólo tenía que pasearse por las calles hasta
encontrar aquello que habría de servirle a sus propósitos. Todo el mundo a su
alrededor parecía sacado de una película, un comic o un video clip. Todo el
mundo menos él, que tenía cosas más importantes en las que pensar que en un
vulgar disfraz. Sin un rumbo definido, Fran se paseaba entre la gente cuyos
rostros se ocultaban tras antifaces, caretas o variopintos maquillajes. Miraba
en todas direcciones, posando su mirada en cada uno de los insólitos personajes
que se agolpaban a su alrededor. Y de pronto se agobió.
Los pitos,
los gritos, los cantos y celebraciones resultaron ser un auténtico incordio
cuando lo que intentaba era concentrarse. Tenía que escoger y tenía que hacerlo
bien, pero aquella murga constante empezaba a roer su estabilidad mental como
si de una rata tripera se tratase. La gente seguía disfrutando de la fiesta y
aquel roedor en su cerebro se estaba dando el banquete de su vida. Fran supo
que tenía que hacer dormir al intruso de su cabeza fuera como fuese.
Con el
paso agitado, introdujo su cuerpo en el bar más cercano. Se abrió paso entre la
concurrencia que abarrotaba el local y consiguió atrapar, junto a la barra, el
taburete que acababa de quedar libre del orondo trasero femenino que, bajo el
disfraz de novia cadáver o más bien del cuerpo que se había comido el cadáver
de la novia, abandonaba ya el bar. Con un gesto ávido pidió una copa, que se
llevó a los labios con prisas sin dejar de pensar en la rata en su cabeza.
—Muere, hija’ puta —fue el mensaje
telepático que le lanzó al animal imaginario.
Con cada
sorbo que daba de cada una de las sucesivas copas pudo sentir como el roedor se
hinchaba y se hinchaba sin poder hacer nada al respecto.
Un toque
del camarero en su hombro le hizo reaccionar. Se había quedado dormido. Fran
hizo un esfuerzo por recomponerse y entonces se dio cuenta de que la rata de su
cerebro había por fin reventado. Lo malo era que en su explosión había liberado
toda una suerte de gases que invadían ahora su cabeza, produciéndole un mareo
difícil de controlar.
Tras
soltar dos billetes de veinte sobre el mármol negro de la barra, Fran se bajó
del taburete, si bien la sensación que experimentó al hacerlo fue la misma que
habría tenido de haber saltado al vacío. Tuvo que hacer serios esfuerzos por
mantenerse en pie. Abandonar el bar, en cambio, no resultó tan difícil. Era
tanta la gente que allí se concentraba que, la presión de todos los cuerpos
contra el suyo, le ayudaban a caminar erguido.
Salió por
fin al exterior. La fiesta callejera continuaba en todo su esplendor, pero a
Fran ya le daba igual. Lo único en lo que podía pensar era en irse a la pensión
y dejarse caer en la cama para dormir la mona hasta el día siguiente. ¡Pero no!
No podía hacer eso, tenía una misión que cumplir. No podía volver a su
habitación para recordar las palabras de su madre cuando le daba friegas en las
piernas destinadas a calmar el dolor de los calambres, después de diez horas de
continuada inmovilidad en la cama.
—¿Tan vago eres que
no puedes ni cambiar de posición antes de que se te agarroten los músculos? —solía decirle ella—. Hijo mío, das
tanto asco que no sé qué va a ser de ti.
Esta vez,
todo iba a ser distinto. Iba a demostrarle a su madre y al mundo entero que él
también podía llegar lejos, aunque la forma de hacerlo no fuese la más
ortodoxa.
¿Pero a
quién pretendía engañar? ¿A dónde demonios quería llegar si con la borrachera
que llevaba encima no era capaz de dar más de tres pasos seguidos sin que se le
enredasen los pies?
—Pero qué asco más
grande das —repetía
su madre desde el recuerdo.
Consciente
de sus limitaciones, Fran optó por la solución intermedia. Tal vez no pudiese
continuar su búsqueda en semejante estado, pero eso no era impedimento para que
alguien apareciese en su camino de regreso a la pensión. Dando entonces media
vuelta, encaminó sus pasos hacia el destino en el que podría descansar.
Cada vez
estaba más cerca y continuaba solo. Entre un vaivén y otro, Fran se daba cuenta
de que su misión estaba abocada al fracaso. ¿Quién querría irse con él en
semejante estado? Y entonces se le encendió la bombilla, aquella que
normalmente parecía fundida pero que, de tanto en tanto, dejaba escapar algún
destello de luz.
Cambió,
pues, de rumbo. Sus pasos le llevaban ahora a una calle cercana, de dudosa
popularidad y escasa iluminación. Allí, como si de un oscuro pase de modelos se
tratase, distintas mujeres se paseaban de un lado a otro. Para ellas siempre
era carnaval, siempre disfrazadas de fantasía sexual y siempre preparadas para
irse con todo aquel hombre que estuviese dispuesto a abrir su cartera. Fran
cerró un ojo, haciendo un esfuerzo por enfocar la vista y elegir a la candidata
ideal. Sin embargo, los efluvios del alcohol le tenían todavía atrapado y no
conseguía decidirse por ninguna de las chicas. Una sinuosa niebla le envolvía,
impidiéndole distinguir a una muchacha de otra. Allí de pie, inmóvil,
permaneció hasta que fue una de ellas la que se le acercó.
—Hola, nene. ¿Qué es
lo que buscas? —preguntó
la mujer.
—Busco a una chica.
—Eso ya lo había adivinado,
cielo. Aquí no hay otra cosa más que chicas. Lo que te pregunto es cuáles son
tus deseos para esta noche. ¿Cómo quieres que sea esa chica?
Fran se
detuvo a pensar durante un momento, mientras aquella voz, a todas luces enronquecida
por el excesivo consumo de tabaco, seguía resonando en su cabeza.
—Quiero que sea
bonita —dijo por
fin.
—¿Y yo no te parezco
bonita?
Fran la
miró. Su largo cabello pelirrojo y rizado, parecía envolver un rostro de rasgos
delicados, extremadamente refinados y femeninos, pero tampoco estaba seguro de
ello. En su estado no se fiaba de los mensajes que sus ojos enviaban al cerebro.
—Supongo que sí.
—¿Supones? —soltó ella
fingiendo sentirse agraviada—. Me estás insultando, ¿sabes? No te haces una idea de lo mucho
que me ha costado tener este aspecto para que ahora vengas tú a suponer que soy
bonita. ¿Lo soy o no lo soy?
Cansado de
la conversación recién iniciada, Fran asintió con la cabeza.
—Eres preciosa —dijo.
Ella
sonrió complacida.
—¿Cuánto por una
hora? —preguntó
él.
—¿Una hora de qué?
—Joder, de sexo.
¿Qué si no?
—Eso ya lo sé, pero
aquí el precio no sólo depende del tiempo. El servicio también cuenta. No es lo
mismo un completo, que una mamada o que una paja y una paja también tarifa
distinto según sea con las manos, con los pies o con las tetas.
—Pues no sé… —trastabilló Fran, a
quien toda aquella negociación le importaba realmente poco—. Supongo que un
completo estará bien.
—Pues eso son
sesenta.
—Sí, lo sé. Ya te he
dicho que quería una hora, sesenta minutos.
—Que no, joder. Que
tienes que pagar sesenta por un completo durante una hora.
—¿Cómo te llamas?
—Todos me conocen
como Sindy Calista Pasional.
—¿Qué clase de
nombre es ese?
—Mi nombre de
guerra.
—Muy bien, Sindy —dijo él tomándola
del brazo con impaciencia—. Vamos.
Diez
minutos más tarde, Fran cerraba la puerta de su habitación tras de sí. En el
centro del cuarto, Sindy giraba sobre sí misma, mirando a su alrededor con
cierta desaprobación.
—¡Buf! —exclamó—. A esta habitación
le daba yo un repaso que te cagas.
—¿Perdona?
—Verás, es que yo
soy puta por necesidad, pero mi vocación frustrada es la de decoradora de
interiores. Deberías ver mi casa, está hasta arriba de catálogos de Ikea. Los estudio y los estudio y puedo
asegurarte que ya tengo nociones más que básicas en todo ese mundillo.
—Qué bien —dijo él sin mucho
afán—. Túmbate
en la cama.
—Ay, no —dijo ella con su
dedo oscilante—.
Primero la pasta.
Fran tuvo
que hacer un esfuerzo por reprimir un relativo sentimiento de desagrado. Sólo
esperaba que los acontecimientos se desarrollasen según lo previsto, no le
gustaría perder sesenta euros de la forma más tonta. Se acercó a un cajón de la
mesilla de noche y extrajo un sobre para luego entregarle a la chica la
cantidad estipulada. Ella tomó el dinero con una sonrisa y, tras comprobar que
todo estaba correcto, lo guardó en su bolso.
—Muy bien, ¿me tumbo
entonces? —preguntó.
—¿Pues no te lo he
dicho ya, joder?
—Oye, que me pagues
no significa que tengas que ser un gilipollas. Un poco de amabilidad no vendría
mal. Me entono mejor, ¿sabes?
—Cierra la boca y
túmbate.
La mujer
obedeció, aunque sus sentidos estaban ya en estado de alerta por si tenía que
defenderse. No sería la primera vez que alguno de sus clientes buscaba algo más
que un simple encuentro sexual.
Fran se
quitó la chaqueta y se desabrochó la camisa. En sus movimientos se olía la
urgencia. Y entonces abrió la puerta del armario frente a la cama.
Sindy
volvió la cabeza examinando la extraña actitud de su cliente. Allí, dentro del
mueble, en una de las estanterías, se alzaba una escultura que parecía sacada
de las entrañas de alguna antigua civilización, cananea concretamente, aunque la
chica nada sabía de aquello.
Era una figura
de unos cuarenta centímetros de alto, realizada en algún tipo de metal. Ni oro
ni plata, que eran los únicos que ella podía identificar sin miedo a
equivocarse. Tal vez se tratase de bronce, pero tampoco podría asegurarlo. El
cuerpo era humano, pero la cabeza era una rara mezcla entre la de un hombre y
un animal, presumiblemente un toro. Aquella ancha nariz, aquellos profundos
ojos y, sobre todo, aquellos imponentes cuernos que le nacían en la frente no
dejaban demasiado lugar para las dudas.
—¿De qué va todo
esto? —preguntó
la chica.
—No hables —dijo Fran dándole
la espalda.
—No, en serio. ¿De
qué va todo esto?
Los
párpados de Sindy se contrajeron como el plástico expuesto al calor, dejando
los ojos bien abiertos ante el terror que acababa de instalarse en todo su ser
al ver a Fran dándose la vuelta con un cuchillo en la mano. Inmovilizada por la
situación, la joven pensó en la mejor forma de escapar de allí, abandonar la
habitación antes de que aquel perturbado tuviese tiempo de abalanzarse sobre
ella. Y entonces lo inesperado ocurrió.
Fran se
clavó el cuchillo en un costado.
CONTINARÁ...
A todos nos pasa. Salimos a la calle con una careta del super-yo que añoramos y no somos más que el super-gilipollas que no queremos reconocer. Sólo cuando somos nosotros mismos, aunque sea a largo plazo, lograremos reconocernos. Ya no digo ser felices, sino haberlo intentado con nuestras armas, aunque al final se nos quede, de todas formas, cara de gilipollas.
ResponderEliminarGracias por agregarme a tus blogs. Por supuesto haré lo mismo.
Un saludo.
Bienvenido! Espero que lo que veas por aquí te guste tanto como lo que me he encontrado yo en tu sitio y que repitas visitas y comentarios.
EliminarTe mando un saludo!
Yo no me he disfrazao tampoco...ya voy todos los días, según me de el día, de La Puri (puritana) o La Pili (pilingui). Lo peor de iniciar una semana...El lunes odioso.
ResponderEliminarkiss
Bienvenida tú también (o vosotras, debería decir) a la familia. Espero tenerte por aquí mucho tiempo. Me había pasado ya por tu blog y tengo que decir que lo que allí está escrito me ha arrancado más de una y de dos sonrisas. Prometo pasar a comentar.
EliminarUn saludo!
Gracias primor!!
EliminarMuy graciosa la prostituta, aunque me parece que la pobre no va a acabar bien. Impaciente por leer el desenlace.
ResponderEliminarYa no tienes que esperar más. Segunda parte publicada.
EliminarUn saludo!
Historias de putas y borrachos. Eso es lo q publicas en este bloc?. Lo que dije en el otro comentario lo repito. Mierda pinchada en 1 palo.
ResponderEliminarLo que te dije en el anterior comentario también lo repito yo.
EliminarEstoy intrigadísima, Mr. No puedo imaginar qué es lo que pretende Fran y desde luego, no me esperaba que se clavara un cuchillo. Me intriga la imagen del armario ¿Tendrá que ver con alguna especie de ritual? Lo que está claro es que una persona que se siente como el protagonista, un perdedor, puede cometer muchas tonterías. La pobre chica me da pena.
ResponderEliminarMe ha gustado esta primera parte, así que voy por la segunda.
Saludos!!