lunes, 26 de diciembre de 2016

GEORGE MICHAEL, EL ADIOS DEL SEXO MUSICAL

Otra vez de duelo y esto empieza a convertirse en una costumbre sumamente desagradable. Publicaba Don McLean en 1971 el que posiblemente fuese su tema más emblemático, “American Pie”. En él hacía referencia al día en el que la música murió. Así es como se recuerda la fecha en la que la avioneta en la que viajaban Buddy Holly, Ritchie Valens y “The Big Bopper “ se estrelló, causando la muerte de los tres artistas.

Hoy, casi cincuenta y ocho años después, seguimos llorando, no sólo a ellos sino a todos los que se fueron después. La lista es larga y variada, son cada vez más los nombres que se añaden y, por supuesto, cada uno de ellos nos afecta de un modo u otro. Echando la vista atrás se nos viene a la cabeza gente de la talla de Kurt Cobain, Tupac Shakur, Michael Hutchence,George Harrison, Aaliyah, John Lennon o Freddy Mercury y, más recientemente, Whitney Houston, Amy Winehouse y, como no, Michael Jackson, cuyo fallecimiento supuso una conmoción de niveles estratosféricos.

Sin embargo, lo sucedido en este 2016 que, por fin, termina ya, ha sido especialmente
tétrico en lo que a la música se refiere. Apenas habíamos comenzado el año cuando, el 10 de enero, nos despertábamos con la muerte de David Bowie, inesperada por completo, sobre todo si tenemos en cuenta que sucedía sólo dos días después de la publicación de su último disco. Inesperada también y, devastadora en mi caso, fue la noticia del fallecimiento de Prince el 21 de abril, uno de mis grandes pilares musicales y que se llevaba consigo gran parte de mi adolescencia. Llegó noviembre  y, por no perder la mala costumbre, se nos llevó a Leonard Cohen el día 7, un par de semanas después de que el artista publicase su último álbum. Y cuando por fin parecía que la lista se cerraba definitivamente, más que nada por lo poquito de año que queda, el día de navidad se nos corta la respiración con la irónica certeza de que el artista que cada año, justo en ese día, nos tenía a medio mundo tarareando “Last Christmas” que, si bien no era un villancico, su popularidad lo había elevado a esa categoría, nos deja casi sin hacer ruido. Ha muerto George Michael.

Cierto es que si repasamos los sensacionalistas titulares de los últimos años, la noticia puede no ser tan sorprendente después de todo. Neumonías, accidentes de tráfico, drogas… Es de lo que más se ha hablado, más incluso que de sus próximos proyectos que, sí, los había para este 2017. Supongo que está en la naturaleza humana crear ídolos, elevarlos a los altares y luego deleitarnos con sus miserias. Pero supongo que los amantes de la música preferirán centrarse en eso, sus discos y sus canciones.

Y lo cierto es que su carrera no es tan prolífica como pudiese parecer, sólo cuatro discos de estudio en treinta años. Sin embargo, como la vida misma, las carreras artísticas no siempre se miden tanto por la cantidad como por la intensidad y en eso, George Michael era enorme. Y supo muy bien como transmitirnos parte de esa intensidad.

Así pues, echando la vista atrás, es fácil traer de vuelta temas variados tanto en estilo como en temática. Podemos recordar aquellos himnos post-disco de su época en Wham!, el dúo que formó junto a su amigo Andrew Ridgeley. ¿Dónde, a día de hoy, no se sigue bailando un tema tan festivo como es “Wake Me Up Before You Go-Go”? Tal vez prefiramos quedarnos que aquel otro, el tipo de aspecto canalla que nos regaló temazos como “I Want Your Sex”, “Faith” o la increíble “Father Figure”. Si es que parece que siempre han estado ahí. O cómo olvidar el momento en el que, sintiéndose infravalorado como compositor, se negó a aparecer en los video clips de canciones tan emblemáticas como “Heal The Pain”, “Praying For Time”, “Freedom 90” o “Too Funky” (imposible ponerse a bailar esto en medio de la pista y no sentirse guapo). Habrá quien prefiera esa etapa suya más elegante y sobria en la que temas tan bellos como “Jesus To A Child” “You Have Been Love” u “Older”, todos ellos reflejos de una tristísima etapa personal, se combinaban con llenapistas tales como “Fastlove”, obra maestra que bajo sus animado ritmo funky esconde melancolía y tristeza a partes iguales. Chocante pudo ser para otros encontrarse con “Freeek!”, tal vez su hit más sucio, descarado, sexy y encantadoramente guarro, con un video clip que, quince años después, sigue pareciéndome una tralla, sin olvidar tampoco “Outside”, su cachonda respuesta al incidente en el que resultó detenido por practicar sexo oral en los retretes de un parque y que le empujó a declarar públicamente su homosexualidad.

Fue precisamente su condición sexual la que le amargó la existencia durante muchos años, sobre todo en su etapa en Wham!, viéndose obligado a alimentar una imagen de ídolo para chicas que poco tenía que ver con él. Años después, con su sexualidad bien reafirmada, la felicidad le dio la espalda cuando su novio durante dos años fallecía víctima del sida. Pocos años después era su madre la que moría relativamente joven. Un nuevo novio vino a dar estabilidad a su vida, pero todo terminó por truncarse, gota que colmó el vaso y que llevó al propio George Michael a pensar que, de algún modo, estaba maldito.
Tal vez como ocurre con muchos que parecen tenerlo todo, le faltaron las cosas más básicas para ser feliz, tal vez los grandes artistas estén condenados a pagar con su propia felicidad la felicidad que nos dan a los demás.

Y es por eso que hoy somos millones los que lloramos a George Michael. No faltarán los agoreros que nos acusen de superficiales por atrevernos a llorar la muerte de gente que estaba forrada y que vivía rodeada de lujos cuando son otros muchos los que tanto sufren hoy en día. ¿Hace falta decir que lo uno no quita lo otro? Además, hay algo que leí no hace mucho y con lo que estoy totalmente de acuerdo. Y es que pensando en el duelo por artistas con los que nunca hemos tenido una relación personal, lo cierto es que no les lloramos porque les conociésemos, les lloramos porque son ellos los que nos ayudaron a conocernos a nosotros mismos.


George Michael, descansa en paz.