Fran se
clavó el cuchillo en un costado. Lo hizo ante la mirada atónita de Sindy. No
fue una herida profunda, tan sólo lo suficiente para que de ella manase un buen
reguero de sangre. El horror de la joven dio paso a la estupefacción. Un pirado
borracho la llevaba a una sucia pensión, sacaba un cuchillo y en vez de
rebanarle el cuello a ella, se lo clavaba a sí mismo. ¿Y qué pintaba la figura
del armario en todo aquello? Si salía de semejante situación, se plantearía
seriamente el subir las tarifas; no cobraba lo suficiente como para aguantar
tales gilipolleces.
—¿Se puede saber qué
coño estás haciendo? —preguntó.
Más le
hubiese valido no conocer la respuesta, pues lo que vino a continuación terminó
por sacarla de sus casillas.
Fran se
pasó la mano por la herida recién abierta y la frotó contra el vientre de la
escultura con cuernos. Después esperó con la mirada ávida de acontecimientos.
Sindy también observaba la escena, segura de que debería salir de allí como
alma que lleva el diablo, pero convencida también de que antes tenía que saber
a qué conducía todo aquel sinsentido.
Tras unos
segundos en los que nada ocurrió, de pronto, la sangre en el vientre de la
figura fue inexplicablemente absorbida por el metal. No mucho tiempo después,
aquella misma zona empezó a desprender un calor que podía sentirse a distancia.
Tanto Fran como su forzada invitada no eran capaces de apartar la vista de la
figura que, poco a poco, se iba descomponiendo, pasando del estado sólido al
líquido, una especie de fluido metálico
y espeso que arrollaba por la estantería del armario y que goteaba hasta formar
un charco en el suelo.
El hombre
se arrodilló junto a la mancha sobre las baldosas y empezó a emitir, entre
susurros, un extraño cántico.
—Carnaval….
Carnaval… Carnaval…
Sindy
pensó que definitivamente aquel tipo tenía que haber acabado con una destilería
él solito. No había más que ver lo que su sangre había conseguido hacer con la
escultura. Tal debía de ser el nivel de alcohol en ella. ¿Pero qué estaba
haciendo ahora? Fue cuando Fran alzó la voz que la chica se dio cuenta que su
canto era algo muy distinto a lo que había creído entender.
—Carne a Baal… Carne
a Baal… Carne a Baal —canturreaba
Fran.
De súbito,
el charco metálico comenzó a moverse, alzándose en el suelo hasta alcanzar una
altura considerable.
Sindy
había perdido todo el interés. Tenía que salir de allí. Sin pensárselo un
segundo más, corrió hacia la puerta.
—Ni te
molestes —dijo
Fran poniéndose en pie—.
No podrás salir. Toda esta habitación está bajo el influjo de Baal.
Sindy
trató de abrir la puerta, pero le resultó imposible. No sólo era que estuviese
cerrada, parecía sellada. Ni siquiera temblaba con sus envites. La joven se
giró, apoyando su espalda contra la lámina de madera y con la mirada crispada.
—¿Qué Baal? —preguntó entre
temblores.
—Voy a hacerte un
rápido resumen de lo que va a ocurrir ahora. En breve tendremos aquí al dios
Baal.
—¿Baal? ¿Qué dios es
ese? Yo conozco a Dios, el nuestro, o a Alá, pero ¿Baal? Vamos, que en mi puta
vida he oído hablar de ese.
—Pues ahora vas a
conocerle de primera mano. Se presentará aquí y te hará suya.
—¿Suya? ¿Es que voy
a ser su esclava?
—No, joder. Lo que
quiero decir es que va a follarte.
—Eso sí que no.
Antes, cuando hablaste conmigo, no me dijiste nada sobre dios alguno uniéndose
a la fiesta. Un completo durante una hora son sesenta euros por persona. Si
vais a ser dos la cosa sube a ciento veinte.
—No estás
entendiendo nada —rió
Fran—. El
dinero ya no tiene que preocuparte. Nunca más vas a necesitarlo. Baal te
follará para plantar en tu vientre la semilla de su fruto. Llevarás dentro a su
hijo y cuando éste nazca tú morirás. Y la recompensa será mía, por haberle
proporcionado una madre para un nuevo vástago. Tú fertilidad traerá aún más
fertilidad a mi vida.
—Entiendo que hables
así porque estás borracho, pero siento desilusionarte. Yo no voy a
proporcionarle ningún hijo a ese tal Baal.
—Ahora vendrás a
decirme que antes de que nazca la criatura abortarás. Tal vez hace un año eso
fuese posible, pero no hoy, no dentro de unos meses. ¿Crees que Baal escoge al
azar los países en los que actuar? No. Baal es listo, sabe asegurarse el éxito
de sus planes y, en cuestiones de aborto, España se ha convertido en un paraíso
en el que traer al mundo a sus herederos. Aquí, ahora, es más fácil deshacerse
de bebés, ancianos, esposas o perros que de un indefenso feto.
—¿Pero no te das
cuenta de qué…? —Sindy
quiso replicar, pero el oscuro líquido metálico empezaba ya a tomar forma.
Unas
piernas robustas, un torso plagado de músculos, que ni inflados con la bomba de
una bicicleta habrían resultado tan voluminosos, unos brazos anchos como
columnas, unas manos terminadas en dedos gordos como chorizos de León y
coronados por afiladas uñas, una cabeza que daba pavor, la viva imagen de la de
un toro, con aquellos cuernos de más de un metro cada uno y que se alargaban
hasta casi juntarse en sus puntas frente a aquellos ojos rojos como la sangre
absorbida por la figura, que ahora superaba la altura de dos hombres.
Un grito
arañó la garganta de Sindy, escalando por ella hasta escapar por la boca.
—Bienvenido, amo de
dioses —dijo
Fran con una reverencia.
Aquel
abominable ser dirigió su mirada encendida hacia el hombre.
—¿El recipiente? —preguntó con una
voz bronca y gutural.
Sin
pronunciar palabra, Fran señaló a la joven arrinconada contra la puerta.
—No, no, no… —dijo ella al ver al
temible dios avanzando hacia ella con amenazadoras zancadas que hacían temblar
el suelo.
Sin darle
oportunidad para reaccionar ni resistirse, Baal tomó a la muchacha del brazo y,
con un tirón, la hizo volar hasta caer en la cama.
—¡Hijo de puta! —gritó la muchacha a
Fran, que contemplaba impasible la escena—. ¡Que yo paso de la zoofilia!
—¡Calla, mortal! —boceó aquel
engendro, apretando en su mano el rostro de Sindy.
El terror
hizo enmudecer a la joven.
La mezcla
de hombre y animal cerró sus garras sobre la ropa de la prostituta y la arrancó
como quien desenvuelve un caramelo, dejando que sólo sus braguitas de encaje
negro cubrieran el consabido recipiente. Después, dobló sus anchas espaldas y
acercó su macabro rostro al cuerpo de la chica. Una fétida lengua se abrió paso
desde su boca, depositándose sobre los grandes pechos redondos, duros y
sospechosamente firmes, inmóviles y separados. En su puño cerrado extendió el
dedo meñique e introdujo la afilada uña por debajo de uno de los laterales de
la braguita. Sólo tuvo que cerrarlo para cortar la tela y luego bajar hasta
allí su lengua.
Baal hizo
presión con el músculo bucal y fue entonces cuando dio con algo que no debería
estar allí. El temible dios se alzó y echó un vistazo. Un gruñido interrogante
se le escapó por sorpresa.
—¿Pretendes burlarte
de Baal? —dijo
volviendo su cabeza animal hacia Fran.
El hombre
sintió una punzada en el corazón al comprender que algo iba mal.
—¿Qué es lo que
ocurre? —preguntó
temeroso.
—Acércate.
El hombre
obedeció, caminando hacia la bestia y la joven que temblaba en la cama.
—¿Qué es esto? —dijo Baal señalando
la zona comprendida entre las piernas de Sindy.
—¡Una polla! —exclamó Fran
horrorizado—.
¡Una maldita polla!
—¡Es lo que
intentaba decirte, gilipollas! —le espetó Sindy—. Yo no puedo darle un hijo a éste ni a nadie. ¡Que soy una
mujer transgénero, joder! ¿Acaso no te habías dado cuenta?
—Yo… Yo… —Fran no era capaz
de articular palabra. Sin embargo, en su silencio, empezaba a comprender. Aquella
profunda voz de la chica nada tenía que ver con el tabaco y sus rasgos eran
delicados, demasiado quizás para ser de nacimiento.
—¡¿Cómo osas
burlarte de Baal?! —bramó
la feroz divinidad.
—Yo no pretendía… —dijo Fran retrocediendo.
—Nadie se burla de
Baal y vive para contarlo —dijo la oscura bestia acercándose al hombre—. ¡¡¡Nadie!!!
Con un
rugido que hizo temblar los cimientos del edificio, tomó en sus brazos a Fran,
lo alzó lanzándole una mirada de fuego y luego lo atrajo con fuerza hacia sí,
ensartándolo en sus largos y fuertes cuernos. El hombre quedó allí, con las
astas de la bestia hundidas en su carne, atravesándole los órganos y haciéndole
perder una sangre que ya jamás recuperaría.
Con un
brusco movimiento de su cabeza, que abrió aún más las heridas, Baal hizo que
Fran saliese despedido, yendo a estrellarse contra la pared para terminar luego
en el suelo. Se acercó a él, hundió sus dedos en la carne rasgada y separó los
brazos. Esto supuso el final de Fran, cuyo torso aparecía ya dividido en dos
partes, dejando escapar todo lo que llevaba dentro.
Desde la
cama, lívida de horror, Sindy contemplaba lo sucedido como una estatua. Baal
acababa de perder el interés en el cuerpo sin vida de Fran y se dirigía ahora
hacia ella.
—Ha habido carne
para Baal —dijo
aquel ser— y
Baal tiene que recompensar.
—¿A mí? —se extrañó la
chica.
—A ti.
—Pero si yo no he
hecho nada.
—Tú has hecho que
acabe con ese hombre, tú eres la causa del derramamiento de sangre, la
recompensa es tuya.
—Ay, yo no quiero
nada. Yo con vivir tranquila tengo suficiente.
—Que así sea.
Un tiempo
después, Sindy estaba al frente de un creciente negocio de decoración de
interiores. El poder de Baal la había llevado hasta allí. Bien era cierto que
los conocimientos de la muchacha en el sector, a pesar de lo que ella creía,
eran nulos y que su criterio para combinar colores, formas y estilos era
pésimo, pero la magia y el esoterismo habían intervenido y aquella empresa de
reciente inauguración empezaba a hacerse un nombre a base de su característico
mal gusto, que bien mirado, tampoco era la única en poner de moda aberraciones
estéticas.
Había
ocasiones en las que el negocio empezaba a decaer, pues ni toda la magia del
mundo era lo suficientemente duradera como para resistir la longevidad que
bancos y gobierno estaban dando a la conocida crisis. Pero Sindy no se
preocupaba. Visualizaba en su mente la imagen de la figura escondida en su casa
y pensaba para sí misma:
— Pronto será
carnaval.
Intrigante, sorprendente, genial. Mantiene el interés de principio a fin. Qué puñetera es la vida, el pobre Fran no sólo no salió de la miseria, sino que perdió la vida en el intento por no saber elegir bien. Sería cosa del alcohol jajaja.
ResponderEliminarSaludos!!!
Culpa del alcohol, más claro ginebra. Ni siquiera en el momento más decisivo de su vida tuvo la capacidad para centrarse en lo importante. Acabó pagando su actitud.
EliminarGracias por la nueva visita.
Un saludete!
Genial relato. Empieza de una forma, cambia de rumbo y se dirige a un final descacharrante. Me ha hecho mucha gracia. Sigues con ese toque cachondo que te comentaba en tu anterior relato. Es algo que me gusta mucho de tu escritura y que sólo encontraba en tu novela. Genial entonces. Espero que sigas así, que si ya me gustaba tu blog ahora ya ni te cuento.
ResponderEliminarSi supieses lo que me cuesta ser gracioso en los relatos... Al final va a resultar que soy un soso innato. Gracias por tus palabras y por la presencia.
EliminarUn saludo!
MrM, he pasado un buen rato leyendo las divertidas desventuras del pobre Fran, de su Dios y de la decoradora en ciernes. Desde luego tienes una poderosa imaginación. También me ha gustado cómo has sabido ridiculizar esa ridícula ley sobre el aborto que quieren promulgar, muy ingenioso. Enhorabuena y un saludo!
ResponderEliminarSr. Zavala! Bienvenido de nuevo. Un gustazo tenerte de nuevo por aquí.
EliminarEncantado de que te haya gustado el relato. Creo que mi imaginación acabará pagando el precio un día de estos, que empieza a parecerse a una uva pasa. Tendré que regarla.
En cuanto a esa ley, creo que lo único que se merece es eso, ridiculizarla. Bueno, y, sobre todo, eliminarla.
Espero seguir teniéndote por aquí.
Un abrazo!
Buenísimo y muy ingenioso. ¿De donde sacas ideas así? Me gusta la idea de la inocente víctima convertida en verdugo al final de la historia por culpa de la avaricia.
ResponderEliminarY lo del aborto tambien ha sido muy buen detalle. Todo el relato me ha gustado mucho, de verdad.
Muchas gracias, Morneo. Supongo que, al final, todos podemos ser héroes o villanos, depende de las circunstancias en las que no encontremos.
EliminarCelebro que el relato te haya gustado, para eso los escribo. Así que me quedo contento.
Un abrazo!
Mr. M, esperé que llegara el fin de semana para poder dedicarme tranquilo, sin bullicio alrededor, y con los tiempos que ello merece, a la lectura de "Carnaval". Y la espera ha valido la pena.
ResponderEliminarLo leí como una tragicomedia, donde los momentos de horror y violencia se ven apaciguados en la lectura, de alguna manera, por lo que significa la personalidad del personaje de Sindy. En ningún momento ella se asusta de la bestia ni de lo que sucede en la habitación, sino que, con sus comentarios, llena de humor a las escenas que allí se viven.
Pobre Fran, no pegó una ni disfrazado de martillo, ja.
Para destacar, como siempre, lo amplio de tu imaginación y vocabulario, y el enorme cuidado en la redacción (lo que hace que la lectura fluya de ideal manera).
¡Un abrazo!
Gracias, Juanito! Genial que la espera haya valido la pena, sobre todo porque, si te soy sincero, estaba un pelín impaciente por conocer tu opinión. Así que me alegro de que te haya gustado.
EliminarEn efecto, Sindy es quien se encarga de ponerle el punto cómico al relato. Es lo que estoy tratando de hacer en los relatos a partir de ahora, pues según algunos comentarios de otros seguidores, algo que yo mismo también pensaba, carecían de este toque de comedia que hay en las novelas. Y lo cierto es que me apetece que la gente que aún no las haya leído, pueda hacerse una idea de lo que hay en ellas.
En cuanto a mi vocabulario, ya cuando tenía doce años me decían que era amplio, tal vez demasiado... Siempre me han gustado las palabras malsonantes. De pequeño me parecía divertido pronunciarlas y comprobar como sonaban en mi voz. Cuando me cansé de eso empecé a hacerlo en público, lo divertido entonces era ver la cara que ponían los adultos... y la que ponía yo tras el bofetón de mis padres. Pero merecía la pena, era casi un dolor placentero después de la experiencia oral.
Te mando un abrazo!
Divertídisimo y muy bien narrado. Me gusta imaginar la cara de Baal al deshacerse de las braguitas. Un abrazo compañero.
ResponderEliminarLlegué tarde porque me olvidé. Había leído la primera parte y la segunda quedó en algún de mi mente, porque anoche dije: ¡Carnaval!, qué boludo, cómo se me pasó...
ResponderEliminarY que suerte que regresé a ella, porque es una historia delirante, macabra y con un humor negro muy palpable. Un relato que disfruté como loco.
Un placer, Mr. M.
Saludos.