lunes, 10 de marzo de 2014

RELATO: CARNAVAL (Parte I)

¡Hola, mistercitos! (Hacía tiempo que no os llamaba así). ¿Os habéis dado cuenta de lo que ha sucedido? El calendario ha vuelto a reiniciarse y ya estamos otra vez a lunes. Otra semana que ha pasado. ¡Y qué semana! Carnavales nada menos. ¿Os habéis disfrazado? Yo no, que ya voy todos los días disfrazado. En realidad creo que todos nos disfrazamos a diario. Salimos de casa con la careta adecuada para la situación que tengamos entre manos ese día.
Así somos, queriendo siempre disimular nuestra auténtica personalidad, con la esperanza de que los demás vean en nosotros lo que imaginamos que quieren ver. Un poco triste, ¿no? Pero la buena noticia es que el carnaval ha terminado ya, así que podemos desprendernos de nuestros disfraces. Os propongo un reto. Despojarnos de ese atuendo tras el que solemos escondernos y salir a la calle, aunque sólo sea por un día, y ser quien realmente queremos ser. Además, deberíais recordar el refrán. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Así que ya lo sabéis. ¿Qué vais a hacer?
Yo, por lo pronto, os dejo con el relato que he preparado para empezar la semana. A diferencia de otras ocasiones, esta vez he decidido partirlo en dos, que me he emocionado escribiendo y casi me sale una novela. Su título es "Carnaval" y su trama viene a mostrar algo de lo que acabo de explicar, que hasta el ser más insulso e insignificante, cualquier don nadie tiene motivos ocultos que pocos podrían imaginar. Disfrutad de esta primera parte, mañana la segunda.

Un abrazo a todos y todas!




Fran era un desastre. Su vida era un desastre. Su mala cabeza le había llevado siempre por los caminos menos indicados y, en cada uno de ellos, el destino había sido siempre peor que el anterior. Con treinta y cinco años cumplidos todavía no tenía una vida formada y estable. Por sus brazos habían pasado innumerables parejas, pero nunca había podido conservar a ninguna. Dos coches había tenido y los dos los había estrellado en sendas noches de dictadura alcohólica; ahora cogía el metro o iba andando a todas partes. Tampoco había tenido nunca vivienda en propiedad y los alquileres eran algo que ya no podía permitirse; ahora malvivía en una inmunda pensión del centro. Fran no tenía nada, pero el dicho siempre había rezado que mal de muchos, consuelo de tontos, así que él se conformaba pensando que en la actual situación de España, en la que la prosperidad parecía haberse diluido con el agua de la lluvia hasta perderse por los enrejados de las alcantarillas, tampoco había mucho por lo que esforzarse. Si no lo había hecho en los buenos tiempos, menos iba a hacerlo ahora.
No obstante, esto en ningún caso significaba que Fran no aspirase a tener una vida mejor. Siempre la había deseado, pero la lucha era agotadora y él nunca se había caracterizado por su fuerza y tesón. Y, aún así, ahora lo sabía. Todo estaba a punto de cambiar.
Del todo presente tenía todavía aquella conversación, pocos meses atrás, con un viejo conocido. Aquel tipo siempre había sido la envidia de Fran. Las cosas parecían irle bien. Casa, mujer, coche, cuenta corriente, todo bueno y, lo más importante, todo sin esfuerzo. Fran siempre había querido saber los asuntos en los que su amigo estaba metido y que tan abundantes beneficios le reportaban, pero aquello era algo que el hombre siempre había mantenido en el mayor de los secretos. Hasta la noche aquella, por supuesto. Fran no pensaba mucho, pero cuando lo hacía conseguía extraer alguna idea de entre las telarañas de su mente.
Con absoluta alevosía y premeditación había invitado a su colega a una noche de copas. El alcohol había corrido de su cuenta, y eso que no estaba para aquel tipo de derroches, pero aquello era una inversión de futuro. Fran estaba seguro de ello. Así fue como consiguió sonsacarle a aquel tipo el misterioso método utilizado para atraer tanta fecundidad a su vida. Después sólo tuvo que esperar un tiempo, hasta las vacaciones de su envidiado conocido en concreto. Una visita furtiva a la casa vacía, de la que se trajo un suvenir, y ya podía sentir su vida cambiando de color.
Fran salió a la calle con el ánimo por las nubes casando con el ambiente callejero. Era carnaval, la fecha indicada. Sólo tenía que pasearse por las calles hasta encontrar aquello que habría de servirle a sus propósitos. Todo el mundo a su alrededor parecía sacado de una película, un comic o un video clip. Todo el mundo menos él, que tenía cosas más importantes en las que pensar que en un vulgar disfraz. Sin un rumbo definido, Fran se paseaba entre la gente cuyos rostros se ocultaban tras antifaces, caretas o variopintos maquillajes. Miraba en todas direcciones, posando su mirada en cada uno de los insólitos personajes que se agolpaban a su alrededor. Y de pronto se agobió.
Los pitos, los gritos, los cantos y celebraciones resultaron ser un auténtico incordio cuando lo que intentaba era concentrarse. Tenía que escoger y tenía que hacerlo bien, pero aquella murga constante empezaba a roer su estabilidad mental como si de una rata tripera se tratase. La gente seguía disfrutando de la fiesta y aquel roedor en su cerebro se estaba dando el banquete de su vida. Fran supo que tenía que hacer dormir al intruso de su cabeza fuera como fuese.
Con el paso agitado, introdujo su cuerpo en el bar más cercano. Se abrió paso entre la concurrencia que abarrotaba el local y consiguió atrapar, junto a la barra, el taburete que acababa de quedar libre del orondo trasero femenino que, bajo el disfraz de novia cadáver o más bien del cuerpo que se había comido el cadáver de la novia, abandonaba ya el bar. Con un gesto ávido pidió una copa, que se llevó a los labios con prisas sin dejar de pensar en la rata en su cabeza.
Muere, hija’ puta fue el mensaje telepático que le lanzó al animal imaginario.
Con cada sorbo que daba de cada una de las sucesivas copas pudo sentir como el roedor se hinchaba y se hinchaba sin poder hacer nada al respecto.
Un toque del camarero en su hombro le hizo reaccionar. Se había quedado dormido. Fran hizo un esfuerzo por recomponerse y entonces se dio cuenta de que la rata de su cerebro había por fin reventado. Lo malo era que en su explosión había liberado toda una suerte de gases que invadían ahora su cabeza, produciéndole un mareo difícil de controlar.
Tras soltar dos billetes de veinte sobre el mármol negro de la barra, Fran se bajó del taburete, si bien la sensación que experimentó al hacerlo fue la misma que habría tenido de haber saltado al vacío. Tuvo que hacer serios esfuerzos por mantenerse en pie. Abandonar el bar, en cambio, no resultó tan difícil. Era tanta la gente que allí se concentraba que, la presión de todos los cuerpos contra el suyo, le ayudaban a caminar erguido.
Salió por fin al exterior. La fiesta callejera continuaba en todo su esplendor, pero a Fran ya le daba igual. Lo único en lo que podía pensar era en irse a la pensión y dejarse caer en la cama para dormir la mona hasta el día siguiente. ¡Pero no! No podía hacer eso, tenía una misión que cumplir. No podía volver a su habitación para recordar las palabras de su madre cuando le daba friegas en las piernas destinadas a calmar el dolor de los calambres, después de diez horas de continuada inmovilidad en la cama.
¿Tan vago eres que no puedes ni cambiar de posición antes de que se te agarroten los músculos? solía decirle ella. Hijo mío, das tanto asco que no sé qué va a ser de ti.
Esta vez, todo iba a ser distinto. Iba a demostrarle a su madre y al mundo entero que él también podía llegar lejos, aunque la forma de hacerlo no fuese la más ortodoxa.
¿Pero a quién pretendía engañar? ¿A dónde demonios quería llegar si con la borrachera que llevaba encima no era capaz de dar más de tres pasos seguidos sin que se le enredasen los pies?
Pero qué asco más grande das repetía su madre desde el recuerdo.
Consciente de sus limitaciones, Fran optó por la solución intermedia. Tal vez no pudiese continuar su búsqueda en semejante estado, pero eso no era impedimento para que alguien apareciese en su camino de regreso a la pensión. Dando entonces media vuelta, encaminó sus pasos hacia el destino en el que podría descansar.
Cada vez estaba más cerca y continuaba solo. Entre un vaivén y otro, Fran se daba cuenta de que su misión estaba abocada al fracaso. ¿Quién querría irse con él en semejante estado? Y entonces se le encendió la bombilla, aquella que normalmente parecía fundida pero que, de tanto en tanto, dejaba escapar algún destello de luz.
Cambió, pues, de rumbo. Sus pasos le llevaban ahora a una calle cercana, de dudosa popularidad y escasa iluminación. Allí, como si de un oscuro pase de modelos se tratase, distintas mujeres se paseaban de un lado a otro. Para ellas siempre era carnaval, siempre disfrazadas de fantasía sexual y siempre preparadas para irse con todo aquel hombre que estuviese dispuesto a abrir su cartera. Fran cerró un ojo, haciendo un esfuerzo por enfocar la vista y elegir a la candidata ideal. Sin embargo, los efluvios del alcohol le tenían todavía atrapado y no conseguía decidirse por ninguna de las chicas. Una sinuosa niebla le envolvía, impidiéndole distinguir a una muchacha de otra. Allí de pie, inmóvil, permaneció hasta que fue una de ellas la que se le acercó.
Hola, nene. ¿Qué es lo que buscas? preguntó la mujer.
Busco a una chica.
Eso ya lo había adivinado, cielo. Aquí no hay otra cosa más que chicas. Lo que te pregunto es cuáles son tus deseos para esta noche. ¿Cómo quieres que sea esa chica?
Fran se detuvo a pensar durante un momento, mientras aquella voz, a todas luces enronquecida por el excesivo consumo de tabaco, seguía resonando en su cabeza.
Quiero que sea bonita dijo por fin.
¿Y yo no te parezco bonita?
Fran la miró. Su largo cabello pelirrojo y rizado, parecía envolver un rostro de rasgos delicados, extremadamente refinados y femeninos, pero tampoco estaba seguro de ello. En su estado no se fiaba de los mensajes que sus ojos enviaban al cerebro.
Supongo que sí.
¿Supones? soltó ella fingiendo sentirse agraviada. Me estás insultando, ¿sabes? No te haces una idea de lo mucho que me ha costado tener este aspecto para que ahora vengas tú a suponer que soy bonita.  ¿Lo soy o no lo soy?
Cansado de la conversación recién iniciada, Fran asintió con la cabeza.
Eres preciosa dijo.
Ella sonrió complacida.
¿Cuánto por una hora? preguntó él.
¿Una hora de qué?
Joder, de sexo. ¿Qué si no?
Eso ya lo sé, pero aquí el precio no sólo depende del tiempo. El servicio también cuenta. No es lo mismo un completo, que una mamada o que una paja y una paja también tarifa distinto según sea con las manos, con los pies o con las tetas.
Pues no sé… trastabilló Fran, a quien toda aquella negociación le importaba realmente poco. Supongo que un completo estará bien.
Pues eso son sesenta.
Sí, lo sé. Ya te he dicho que quería una hora, sesenta minutos.
Que no, joder. Que tienes que pagar sesenta por un completo durante una hora.
¿Cómo te llamas?
Todos me conocen como Sindy Calista Pasional.
¿Qué clase de nombre es ese?
Mi nombre de guerra.
Muy bien, Sindy dijo él tomándola del brazo con impaciencia. Vamos.
Diez minutos más tarde, Fran cerraba la puerta de su habitación tras de sí. En el centro del cuarto, Sindy giraba sobre sí misma, mirando a su alrededor con cierta desaprobación.
¡Buf! exclamó. A esta habitación le daba yo un repaso que te cagas.
¿Perdona?
Verás, es que yo soy puta por necesidad, pero mi vocación frustrada es la de decoradora de interiores. Deberías ver mi casa, está hasta arriba de catálogos de Ikea. Los estudio y los estudio y puedo asegurarte que ya tengo nociones más que básicas en todo ese mundillo.
Qué bien dijo él sin mucho afán. Túmbate en la cama.
Ay, no dijo ella con su dedo oscilante. Primero la pasta.
Fran tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir un relativo sentimiento de desagrado. Sólo esperaba que los acontecimientos se desarrollasen según lo previsto, no le gustaría perder sesenta euros de la forma más tonta. Se acercó a un cajón de la mesilla de noche y extrajo un sobre para luego entregarle a la chica la cantidad estipulada. Ella tomó el dinero con una sonrisa y, tras comprobar que todo estaba correcto, lo guardó en su bolso.
Muy bien, ¿me tumbo entonces? preguntó.
¿Pues no te lo he dicho ya, joder?
Oye, que me pagues no significa que tengas que ser un gilipollas. Un poco de amabilidad no vendría mal. Me entono mejor, ¿sabes?
Cierra la boca y túmbate.
La mujer obedeció, aunque sus sentidos estaban ya en estado de alerta por si tenía que defenderse. No sería la primera vez que alguno de sus clientes buscaba algo más que un simple encuentro sexual.
Fran se quitó la chaqueta y se desabrochó la camisa. En sus movimientos se olía la urgencia. Y entonces abrió la puerta del armario frente a la cama.
Sindy volvió la cabeza examinando la extraña actitud de su cliente. Allí, dentro del mueble, en una de las estanterías, se alzaba una escultura que parecía sacada de las entrañas de alguna antigua civilización, cananea concretamente, aunque la chica nada sabía de aquello.
Era una figura de unos cuarenta centímetros de alto, realizada en algún tipo de metal. Ni oro ni plata, que eran los únicos que ella podía identificar sin miedo a equivocarse. Tal vez se tratase de bronce, pero tampoco podría asegurarlo. El cuerpo era humano, pero la cabeza era una rara mezcla entre la de un hombre y un animal, presumiblemente un toro. Aquella ancha nariz, aquellos profundos ojos y, sobre todo, aquellos imponentes cuernos que le nacían en la frente no dejaban demasiado lugar para las dudas.
¿De qué va todo esto? preguntó la chica.
No hables dijo Fran dándole la espalda.
No, en serio. ¿De qué va todo esto?
Los párpados de Sindy se contrajeron como el plástico expuesto al calor, dejando los ojos bien abiertos ante el terror que acababa de instalarse en todo su ser al ver a Fran dándose la vuelta con un cuchillo en la mano. Inmovilizada por la situación, la joven pensó en la mejor forma de escapar de allí, abandonar la habitación antes de que aquel perturbado tuviese tiempo de abalanzarse sobre ella. Y entonces lo inesperado ocurrió.
Fran se clavó el cuchillo en un costado.


CONTINARÁ...

10 comentarios:

  1. A todos nos pasa. Salimos a la calle con una careta del super-yo que añoramos y no somos más que el super-gilipollas que no queremos reconocer. Sólo cuando somos nosotros mismos, aunque sea a largo plazo, lograremos reconocernos. Ya no digo ser felices, sino haberlo intentado con nuestras armas, aunque al final se nos quede, de todas formas, cara de gilipollas.

    Gracias por agregarme a tus blogs. Por supuesto haré lo mismo.

    Un saludo.

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    1. Bienvenido! Espero que lo que veas por aquí te guste tanto como lo que me he encontrado yo en tu sitio y que repitas visitas y comentarios.

      Te mando un saludo!

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  2. Yo no me he disfrazao tampoco...ya voy todos los días, según me de el día, de La Puri (puritana) o La Pili (pilingui). Lo peor de iniciar una semana...El lunes odioso.

    kiss

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    1. Bienvenida tú también (o vosotras, debería decir) a la familia. Espero tenerte por aquí mucho tiempo. Me había pasado ya por tu blog y tengo que decir que lo que allí está escrito me ha arrancado más de una y de dos sonrisas. Prometo pasar a comentar.

      Un saludo!

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  3. Muy graciosa la prostituta, aunque me parece que la pobre no va a acabar bien. Impaciente por leer el desenlace.

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    1. Ya no tienes que esperar más. Segunda parte publicada.

      Un saludo!

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  4. Historias de putas y borrachos. Eso es lo q publicas en este bloc?. Lo que dije en el otro comentario lo repito. Mierda pinchada en 1 palo.

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    1. Lo que te dije en el anterior comentario también lo repito yo.

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  5. Estoy intrigadísima, Mr. No puedo imaginar qué es lo que pretende Fran y desde luego, no me esperaba que se clavara un cuchillo. Me intriga la imagen del armario ¿Tendrá que ver con alguna especie de ritual? Lo que está claro es que una persona que se siente como el protagonista, un perdedor, puede cometer muchas tonterías. La pobre chica me da pena.
    Me ha gustado esta primera parte, así que voy por la segunda.
    Saludos!!

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