Y ya es viernes, un día
maravilloso, porque es la antesala del sábado, el mejor día de la semana.
Veinticuatro horas para ser libres, para olvidarnos de los sinsabores de la
semana y para volvernos un poco locos, pero locos en el buen sentido; hablo de
ese tipo de locura que se disfruta, esa que nos acerca un poquito más a quien de verdad queremos ser.
Después vendrá el domingo y la
cosa ya será distinta, afectados como estaremos por los excesos recién
realizados. Seremos como zombies arrastrándonos como almas en pena hacia el
fatídico lunes.
Y hablando de zombies, ¿por qué
no nos tomamos un rato para hablar de esos simpáticos amiguitos que bien
podrían formar parte del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte? Esto lo
digo a tenor del sumo interés que ponen en destrozar nuestros cerebros y
convertirnos en seres sin voluntad, incapaces de pensar y con el único objetivo
de consumir. Vamos a empezar pues.
Mi interés personal por los
zombies viene de lejos. Era yo un tierno infante cuando un día me topé en la
pantalla del televisor con un divertido video clip de un cantante visionario en
su época. Todo iba bien hasta que aquellos seres que caminaban con dificultad y
que parecían caerse a trozos hicieron su aparición. Los ojos y el culete se me
cerraron de inmediato. En mi vida había visto gente
tan fea, no sólo fea, es que aquellos individuos parecían haber dejado atrás
desde hacía tiempo las normas más básicas de higiene personal. Me pasé el resto de la pieza
sin poder mirar, pero mis oídos ya se dejaban embrujar por los sonidos de “Thriller”. Eso, unido a mi condición
innata de sentir una especie de atracción fatal por todo aquello que me asusta
hizo que durante meses, cada vez que ponían el vídeo en televisión, yo hiciese
esfuerzos sobrehumanos por verlo completo. Y finalmente, tras muchas cagaleras,
lo logré. Ese fue el principio de mi pasión por Michael Jackson por un lado y por los muertos vivientes por el
otro.
Desde entonces, y a medida que
he ido haciéndome mayor, he ido perdiéndoles el miedo y llegado incluso a
cogerles cariño. Y es que en el fondo son unos desgraciaditos merecedores de la
mayor de las lástimas. Son algo así como peces en una pecera, dando vueltas sin
destino alguno con la única idea de existir para comer. También, en un sentido más
metafísico, son algo así como una metáfora de una sociedad aletargada, ajena a
la realidad del entorno y con la mente corrompida por la única idea de saciar
sus apetitos más primarios. Resumiendo, a lo largo de los años he ido pervirtiendo
mis ojos con multitud de obras, filmadas o escritas, del género Z.
Por eso son muchos los títulos
que podría recomendar, desde “El caso de Charles Dexter Ward” o “Guerra Mundia
Z” en literatura, pasando por “La Noche de los Muertos Vivientes”, “Braindead”
o “28 Días Después” en el cine, hasta llegar a “The Walking Dead” en
televisión. Pero todos estos casos son, en su mayoría, anglosajones y hoy
prefiero centrarme en el producto patrio, que nosotros también tenemos nuestros
zombies dispuestos a pringar de sangre la ya de por si vilipendiada Marca
España.
Sin embargo, la novela que
quiero presentaros, si bien gira en torno al mundo zombie, no es el típico
relato de miedo. Y es que temblaréis al leerlo, pero temblaréis de risa. Se trata
de “Jente Akí”, del escritor Antonio Municio, una comedia que da una vuelta de
tuerca a lo que hasta ahora conocíamos como género zombie.
Susi lleva varios meses de
capa caída. La relación con sus padres no pasa por su mejor momento, se ha
mudado a una zona marcada por la droga y, para colmo de males, le han
escayolado una pierna tras el desafortunado accidente sufrido por culpa del
hueso de una aceituna. La joven protagonista, de diecisiete años, ni trabaja ni
estudia y tampoco parece que esto le preocupe. Para ella, la vida se reduce a
pasarse el día conectada a Internet y encadenar una siesta con otra. Comparte
piso con otros dos jóvenes, situados cada uno de ellos en extremos completamente
opuestos para ella. Mientras “el Zurbe”, chico de pueblo, inmaduro, consentido,
cobarde y falto de educación, lleva a Susi por la calle de la amargura con su
sola presencia, Antu es el ecologista con recursos para todo, la férrea base
sobre la que se asientan los cimientos de la convivencia de los tres compañeros
de piso.
Un día, la rutina de Susi
sufre un cambio inesperado al despertarse de una de sus habituales siestas. ¡La
conexión a internet se ha esfumado! También lo ha hecho su adorado Antu, que
salió de casa para hacer la compra y nada más se ha vuelto a saber de él.
Condenada a vivir con la única compañía de “el Zurbe”, Susi irá comprobando como
aquello que va mal todavía puede ir peor. No pasa mucho tiempo hasta que se
quedan sin agua ni electricidad.
Tanto Susi como “el Zurbe”,
acostumbrados a vivir en la inopia, tardarán todavía unos días en darse cuenta
de que algo pasa en el exterior, que lo que se pasea por la calle de abajo no
son yonkis con síndrome de abstinencia, sino muertos andantes hambrientos de
carne. Los dos protagonistas tendrán,
desde entonces, que aprender a convivir para sobrevivir en medio de semejante
apocalipsis zombie.
Es a partir de aquí cuando se desarrolla
una historia de lo más original, con las típicas situaciones de una película de
muertos vivientes resueltas de un modo no tan convencional. Si bien hay ciertos
momentos de tensión, lo que aquí realmente abunda es el humor, pues “Jente Akí”
es una novela de lo más cachonda en la que un par de ninis se ven obligados a
mover el culo de una vez y a hacer algo por sí mismos. Tanto Susi como “el
Zurbe” son dos personajes magníficos, en ciertos momentos parecen haber sido
sacados de una película de Almodóvar, y aunque en un principio resultan un
tanto patéticos, es inevitable que el lector termine encariñándose con ellos.
Tal vez la principal virtud de
la novela sea también su mayor problema. Es corta y se hace corta. Es tanto lo
que se disfruta que uno no puede por menos que lamentarse al darse cuenta de
que se está acercando sin remedio al final de la misma. Lo positivo es que de
tan amena que resulta, puede volver a leerse, regocijándose en los ingeniosos y
fluidos diálogos de los protagonistas, así como en las reflexiones de Susi.
En definitiva, “Jente Akí” es
una obra breve pero intensa, que se disfruta de principio a fin sin que en ningún
momento decaiga el interés, que se lee en un abrir y cerrar de ojos y que, sin
lugar a dudas, arranca más de dos y de tres carcajadas. Si encima, a todo eso
le añadimos su reducido precio, ¿se puede pedir algo más? Yo creo que no.
TÍTULO: Jente Akí
AUTOR: Antonio Municio
PÁGINAS. 150
FORMATO: Ebook
PRECIO: 0.99 €
Enlaces para hacerse con la novela:
Qué buen reseña, Mr. M.
ResponderEliminarAgendadas novela y autor.
¡Saludos!
Altamente recomendado. Por lo que te conozco, de verdad te digo que creo que te va a gustar. Personalmente, lo que más he disfrutado son los diálogos, los enfrentamientos entre los dos protagonistas. Son divertidos de verdad y, lo más importante, no pierden ni un ápice de realismo. Léetela y me cuentas.
EliminarUn abrazo!
Había oído hablar de la novela en alguna parte y ahora que he leído tu reseña me la leeré. Tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarCuando la leas te darás cuenta de que todavía es mejor de lo que pinta. Te invito a que lo compruebes.
EliminarLa verdad es que no me van mucho los zombis pero lo que cuentas me ha picado la curiosidad. Creo que le daré una oportunidad. Todo aquello que sea reírse viene siempre bien. Saludos.
ResponderEliminarAquí lo de los zombies es lo de menos. Los que de verdad importan son Susi y "el Zurbe". Hazme caso, consigue la novela y ponte con ella.
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