Hola, mistercitos. ¿Qué pasa últimamente que veo muchas caras largas por ahí? Lo sé, sé que no corren buenos tiempos para las risas. Sé que son tiempos de mal rollo e indignación. Pero ¿sabéis qué? en la medida de lo posible y en tanto la vida nos lo permita, estamos obligados a sacudirnos de vez en cuando toda esa mierda de encima y vivir un poco. Siempre hay un motivo para ello, aunque a veces resulte difícil de encontrar. El relato de hoy sigue ese camino y, a pesar de ser una historia bastante tonta, tiene esa filosofía de mandar todo a tomar por el culo y vivir un poco. Disfrutadlo y no dejéis de decirme vuestras fórmulas para ayudar a pasar los malos tragos. De todos se aprende.
Un saludo.
Que Raúl esperaba con impaciencia el fin
de semana era algo innegable. Dos días en los que olvidarse de la rutina e
intentar encontrar momentos que le hiciesen sentir que la vida era para
vivirla. ¿Alguien podía negarse a ello? Raúl no. Sin embargo, lo que el
treintañero parecía haber olvidado era el cuidado que había que poner si la
intención era vivir una noche loca. Lo que en un principio puede convertirnos
en los reyes del mambo puede terminar por dejarnos a ojos de los demás como los
ridículos del lugar.
Raúl había organizado una cena con un
grupo de amigos de la juventud a los que no veía tanto como quisiera. La noche
empezó bastante bien, con una agradable cena en la que comenzaron compartiendo
variadas anécdotas laborales y en la que terminaron abrazando recuerdos de sus
años pasados juntos, todo ello regado con un buen vino.
Tras la cena, evidentemente, la decisión
no podía ser otra que la de acercarse hasta alguno de los clubes o discotecas de
la ciudad para liberarse de las pesadas cargas diarias. Optaron, pues, por uno que
hacía tiempo ninguno de ellos pisaba y que en un pasado no muy lejano había
sido casi como su segunda casa.
Allí estaban, casi sin poder creer que después de tanto tiempo, el
lugar fuese prácticamente el mismo que recordaban. Generalmente, cuando se deja
de acudir a alguno de estos locales suele ocurrir que el reencuentro con el
mismo es decepcionante; si no ha cambiado el ambiente, ha cambiado el tipo de
música o ya nada tiene que ver con el lugar en el que uno disfrutaba. Pero éste
no fue el caso. Puede decirse incluso que, en un abrir y cerrar de ojos, comenzaron
a sentirse más jóvenes, como si fuesen los críos de antaño en su viejo punto de
encuentro.
Posiblemente cegados por ese espíritu casi infantil que les invadía,
se dejaron llevar y, así, el vino de la cena dio paso a los cubatas y éstos, a
su vez, a los golpes de tequila. Las risas crecían en intensidad al tiempo que
se hacían más contagiosas y la euforia generalizada del grupo no dejaba de
crecer.
Pero como suele ocurrir en este tipo de casos, esas grandiosas
sensaciones tenían su lado oscuro y el buen rollo imperante comenzó a
convertirse en otra cosa, en algo muy distinto.
Raúl empezó a darse cuenta de que había bebido más de los
estrictamente necesario al percatarse de que la gente a su alrededor se
multiplicaba cual gremlims en un jacuzzi. La sospechosa inclinación de su
cuerpo al bailar venía también a apoyar su teoría. Más preocupante fue el hecho
de darse cuenta de que sus amigos habían desaparecido entre aquel tumulto de
personas entregadas a la música, así como sus llaves y su teléfono.
Raúl dio un paso para ir al encuentro de sus colegas, pero algo
realmente extraño estaba sucediendo. El suelo parecía levitar por encima del
nivel que le correspondía. De pronto, “Groove is in the Heart”, el gran éxito
del 90 del grupo Dee-Lite comenzó a inundar el local con su ritmo. Raúl
prefirió entonces seguir bailando, aunque cada vez le resultaba más costoso ver
con claridad. Hubo un momento, incluso, en el que de su mente se borró el
concepto de ubicación, dificultándole la posibilidad de recordar dónde estaba,
pero él decidió que todo iba bien y siguió bailando.
De vez en cuando, ciertos instantes de lucidez acudían a su
auxilio, y entonces deseaba haber tenido la boquita cerrada a tanto líquido
como había ingerido mientras intentaba descubrir qué demonios había hecho para
llevar la camiseta del revés. Sin embargo, lo que más le seguía preocupando era
el suelo levitante y el hecho de haber olvidado de nuevo donde estaba. Por eso fue
que siguió bailando.
Y bailando siguió, como si nada más
importase hasta que ya no aguantó más. Como buenamente pudo se fue al servicio
y allí recobró un poco de su consciencia perdida bajo el chorro de agua fresca que
salía de un grifo que parecía retarle a introducirse en él. Fue cuando se
encontró un poco mejor que aterrizó de nuevo en la realidad, topándose con ella
en el espejo frente a él. Su aspecto rozaba lo lamentable; tal vez fuese la
hora de irse para casa, aquel tipo de comportamientos ya no eran apropiados
para él. Ya se disponía a salir del baño cuando descubrió, sin esperárselo, a
uno de sus amigos desaparecidos. El pobre dormía plácidamente, tanto que casi resultaba
una lástima despertarle. Y Raúl no lo hubiese hecho si no fuese porque su
colega tenía la cabeza metida dentro del retrete.
–Déjame en paz, Raúl –dijo el amigo–. ¿No
ves que estoy tomando el sol?
–¿A qué sol te refieres? ¿De qué hablas?
–El sol… El sol que brilla en lo alto, ¿no
lo ves?
–¿Dónde crees que estamos?
–¿Dónde vamos a estar? En la playa. ¿Qué
te pasa, Raúl? ¿Estás borracho o qué? –dijo el chaval antes de volver a dejar
caer la cabeza dentro del retrete.
Raúl sabía que tenía que encontrar la
forma de sacar a su amigo de allí. No era cuestión de abandonarle en aquellas
circunstancias, con su cabeza en el retrete y con su dignidad en el fondo del
mismo. A duras penas consiguió sacarle del servicio, llevarlo hasta la barra y
hacerle beber un poco de agua. Cuando por fin su amigo pudo balbucear alguna
palabra, éste le explicó que había discutido con su novia, otra de las
integrantes del grupo, por algo de una sombrilla mal colocada en la arena y que
ella se había marchado enfadada. Raúl entendía que su amigo estaba viviendo una
realidad alternativa, pero tal vez lo de la discusión fuese cierto. Poco a
poco, los dos jóvenes consiguieron salir a la calle. Raúl estaba convencido de
que la brisa nocturna ayudaría a su amigo a recobrar algo de cordura. Fue
entonces cuando la vio. La novia ofendida estaba sentada en el bordillo de la
acera, llorando desconsolada.
Convencido de su disgusto por la discusión
sentimental, Raúl se acercó a ella con ánimo conciliador. ¡Pero no! El motivo de
su angustia era otro. La joven había discutido con su novio, eso era cierto.
Había sido una riña motivada por la mala costumbre del chico de posar sus ojos
en traseros ajenos. Movida por el
despecho, la chica le había dejado
plantado en la barra y había estado bailando en soledad hasta conocer a un tío
que le hizo gracia. Tras unos cuantos bailes y coqueteos decidieron irse de
allí juntos. Ella salió a esperarle fuera mientras él se despedía de sus
amigos. Pero a aquellas horas la joven también empezaba a mostrar ya cierta
intolerancia al alcohol y como le costaba mantenerse en pie, decidió sentarse
en la acera mientras su nuevo acompañante llegaba. Producto de su intoxicación
etílica, su capacidad sensorial se había visto mermada en exceso y fue por eso que
cuando se sentó encima de un vaso roto ni siquiera llegó a percatarse de ello.
Fue después, cuando ya estaba sentada en
el coche junto a aquel adorable semental, que vio el asiento lleno de sangre.
El que hasta entonces había sido su agradable compañía olvidó toda la simpatía
de la que había estado haciendo alarde durante la noche y terminó por echarla
del coche.
–¡Usa tampón como hacen todas, so cerda!
Mira cómo me has dejado la tapicería –le había espetado con toda la crudeza de
la que pudo hacer alarde.
Y allí estaba ella ahora, llorando muerta
de vergüenza, asegurando que nunca más saldría de casa. Evidentemente, estas
palabras eran sólo fruto del alcohol. Pretender que la joven se quedase enclaustrada en su apartamento era
como instar a los muertos a que se levantasen y anduviesen, es decir, del todo
inviable a no ser que uno estuviese protagonizando una conocida serie de
televisión en la que los cadáveres se empecinaban en seguir vivos para seguir
comiendo. En según qué casos, la gula no conoce límites.
Dos de cuatro, a Raúl ya sólo le faltaba localizar a los otros dos
desaparecidos. Como por allí no parecía estar, decidió entrar de nuevo en la
discoteca para probar suerte dentro. Y dentro estaban, pero no en la pista de
baile, ni en la barra, ni en los servicios… Estaban peleando con el DJ para que
éste no les echase de la cabina. A toda costa querían ser ellos los que pinchasen
durante lo que restaba de noche.
A Raúl le fue imposible sacarlos de allí. Decidir qué música era
la que tenía que sonar parecía ser de vital importancia para ellos. El joven
abandonó la cabina para encontrarse a su otro amigo durmiendo nuevamente, ahora
en un extremo de la barra y a la novia de éste tonteando con otro chaval y
caminando siempre hacia atrás, tratando de ocultar la mancha de su vergüenza.
Visto el panorama, lo único que Raúl pudo hacer fue dejarse llevar y seguir
bailando, bailando como si nada importase, ni el suelo levitante, ni la gente
que seguía multiplicándose, ni aquella acuciante sensación de que, nuevamente,
volvía a olvidar donde estaba. Y entonces se sintió bien porque, realmente,
nada importaba.
Ya lo dices tu en la introducción. No están los tiempos para muchas risas pero es verdad que hay que encontrar el momento para olvidarlo todo un poco y vivir un poco la vida, que no todo va a ser sufrir.
ResponderEliminarEs de lo que se trata, Jose. Encontrar aquello que suavice un poco el camino.
EliminarEres un mierda, chabal. Con la que esta cayendo y tu escribiendo cuentos de borrachos. Es esa la solucion que das tu a la crisis? Nos emborrachamos y ya está. Así va este pais de mierda con mierdas como tu. Ala, sigue desarrollando tu cuidada literatura, mamon.
ResponderEliminarQuerido anónimo. Ante todo, muchas gracias por plasmar aquí tus impresiones, siempre bien recibidas en este blog, vengan de quien vengan. Veo que, de todos mis lectores, es a ti a quien más profundamente le ha calado uno de mis escritos, dada la vehemencia con la que te expresas.
EliminarYo no soy muy dado a explicar aquello que escribo, pues considero que la literatura, como el resto de las artes tiene dos interpretaciones. La que le da el que la crea y la que le da el que la recibe. Sin embargo, en tu caso me veo obligado a decirte que no tienes que tomarte el relato al pie de la letra, pues es una metáfora. Por supuesto que la solución a una crisis no es emborracharse. El relato presenta una situación ideal (la reunión de amigos) que termina convirtiéndose en lo que no estaba previsto. Ante eso, el protagonista se agobia tratando de restablecer las cosas, pero finalmente entiende que, a veces, hay que sacarse de encima esa idea de orden y concierto y encontrar la parte positiva que en todo problema existe.
Lamento (aunque no demasiado) que lo que yo haya podido escribir te haya resultado ofensivo. Lo lamento porque me demuestras que, a estas alturas, todavía hay quien parece estar buscando argumentos para ofenderse con asuntos que carecen de la más mínima importancia. Lo lamento porque está visto que todavía hay quien parece creer que la mejor forma de luchar contra la ofensa es una ofensa mayor pues la primera frase del comentario ya es un insulto. Pero sobre todo lo lamento, porque en ningún caso, mi intención era la de provocar ni ofender. El día que yo escriba algo con la idea de ofender, créeme, notarás la diferencia.
Cordialmente,
Mr. M
P.D.: No dejes de visitarme, la pluralidad de opiniones siempre es bien recibida, independientemente de lo acertado de las mismas.
He de decir que el relato me ha hecho recordar más de una noche, casi me imaginaba las situaciones. Estar bebido es una sensación extraña, sobre todo cuando se va demasiado de las manos. Completamente cierta esa sensación de sentir que el mundo se desmorona mientras se continúa bailando. Llega un momento en el que todo da igual, casi ríes al contemplar lo bajo que cae todo el mundo a tu alrededor. La música y las luces son tan fuertes que uno no quiere ni puede pensar.
ResponderEliminarah, se me olvidaba. Nada mejor que reunirse con viejos amigos y empezar a recordar anécdotas. Simplemente genial.
EliminarUn pequeño viaje en el tiempo. Tal vez tendríamos que recordar esas etapas de nuestra vida e intentar rescatar ese tipo de sentimientos. No sé que pasa, que uno se hace mayor ¡y vive agobiado! Ya sé que con la edad las responsabilidades y los problemas aumentan pero ¿va a solucionar algo el ponerse histérico y volverse loco? Yo creo que no.
EliminarVoto por más luces y música en nuestras vidas!
A mí también me ha pasado lo mismo. De pronto he recordado tiempos pasados, cuando parecía que solo importaba hacer locuras. Muy bueno el relato como metáfora, hay que relajarse un poco y no querer controlarlo todo porque corremos el riesgo de vernos desbordados.
ResponderEliminarEn cuanto a tu "amigo" anónimo decir que no puede entender menos las cosas y que no se puede ser más maleducado. Bien por ti, M, y por la clase que has demostrado al contestarle como lo has hecho.
Mi opinión Mr M es que el relato no queria decir para nada"emborráchate" sino que hay momentos del relato en la que expresas que el llegar a beber tanto no es lo mejor, o yo así lo entiendo, pero como ya está hecho y no hay vuelta, hasta que se pasen los efectos, como el protagonista ve que por mas que quiera no hay manera de arreglar las cosas decide intentar disfrutar.
ResponderEliminarTengo que decirte que me ha encantado la respuesta que has dado a un comentario que empieza por un insulto, otros por mucho menos se hubiesen puesto a la defensiva, a insultar, y tú has demostrado saber utilizar la palabra para algo mas importante que la literatura y tener la mente abierta para saber dialogar y escuchar. No es por hacer un debate de esto, porque este lugar esta para comentar tus posts pero valoro tantísimo el que sabe dialogar y sé ve tan poco que no puedo por menos que decírtelo
Tú lo has dicho, Amaia. Si no puedes arreglar las cosas, intenta disfrutar.
EliminarMuchas gracias por tus palabras. En cuanto al asunto del comentario, me alegran tus valoraciones, porque siempre he pensado que tenemos una facilidad pasmosa para alterarnos y para encontrar ataques donde no los hay. Es como si saliésemos de casa deseando encontrar problemas para poder quejarnos. ¿No tenemos acaso suficientes motivos de indignación como para estar provocando más? Gracias nuevamente y seguimos leyéndonos. A ver cuando pones un nuevo poema, que hace días que nos tienes en sequía.
Un abrazo.
Tengo uno puesto el día 4
EliminarHola Mr. M. Llego a ti a través de Humberto Dib, excelente bloguero, a quien recomiendo y sigues. Fue una buena decisión entrar a tu espacio, por varias razones: eres de los seres que nutren sin dejarse comer, sabes escribir de forma amena y brillante, valoras la luz y la música, muestras una sensibilidad social indudable, te encuentro positivo, práctico, proactivo, enemigo del drama innecesario y del sufrimiento inútil, manejas el humor negro y también el otro de manera adecuada y sin estridencias...en fin,supones un hallazgo entre tanto espacio banal que pesca la Red. Disfruté mucho también tu compendio musical, vale decirlo en este artículo. En cuanto al primer comentario que recibiste de un dolido anónimo, el dejarlo publicado y responderle como lo hiciste estoy seguro que ayudó a mitigar el problema de quien no ha encontrado solución donde no la hay, de ahí su ataque que en realidad va contra sí mismo. Tu cortés respuesta a esa persona me lleva a pensar en nuevos elogios hacia ti, que no escribiré porque no se trata de decirte más sobre un tema que conoces bien, el de cuánto ayuda al bien común un ser humano como tú. Te envío un abrazo desde Caracas y una invitación cordial y siempre abierta a mi blog http://lobigus.blogspot.com Te seguiré leyendo y comentando! Gustavo
ResponderEliminarMuchas gracias! A partir de ahora, cada vez que tenga algún problema de autoestima leeré tu mensaje. De todos modos, déjame decirte que no es oro todo lo que reluce y que yo también tengo mis arranques de ira. Por suerte no son muchos porque cuando los tengo los sufren a tres kilómetros de distancia.
EliminarMe encanta que te encante el blog y mis escritos y que participes del buen rollo. Me pasaré por tu blog.
Un saludo.