Bueno, mistercitos. Después de estos días de euforia retomamos el curso habitual del blog. Para ello os traigo un nuevo relato. En esta ocasión he escogido una historia oscura, tétrica, llena de sombras. Al releerla sólo puedo sacar una conclusión. La luz, a veces, trae consigo cosas más terribles que la propia oscuridad, además de las facturas, por supuesto. Disfrutadla y nos vemos en breve.
La angustia consumía
a Eduardo. Allí sentado en aquella silla hacía un repaso mental de lo que su
vida había sido en los últimos tiempos y lo que veía no le reconfortaba en
absoluto. Él siempre había sido un joven feliz, alegre, impetuoso y sus días
habían transcurrido en armonía. Era cierto que los problemas habían salido a su
encuentro en varias ocasiones, pero siempre había encontrado el modo de
sortearlos. Siempre había sido así hasta que ocurrió lo que ocurrió.
Violeta y él se
habían conocido ocho años atrás en una discoteca del centro. Nada más verla, el
joven Eduardo se había quedado impresionado por la luz que parecía iluminar el
rostro de la chica, luz que hacía palidecer al resto de haces luminosos que
cruzaban el local de lado a lado al ritmo de la música. Desde aquel mismo
instante Eduardo supo que tenía que hablar con ella, conocerla, invitarla a una
copa, volver a encontrarse otro día…
El muchacho no era de
los que se acobardaban fácilmente y siendo sabedor del encanto personal que
poseía no lo dudó más de un par de segundos y se plantó frente a la joven. La falta
de interés por parte de ella y su total ausencia de admiración no hizo otra
cosa más que acrecentar el deseo de Eduardo, que siempre se crecía ante los
retos más difíciles.
Aquella noche no
obtuvo el éxito deseado. Tampoco a la siguiente, pero su insistencia terminó
por hacer bajar las defensas de Violeta. No hizo falta mucho más. El beso que
compartieron fue el primero de todos los que vinieron después y que endulzaron
una vida de pareja envidiable.
Sin embargo, nada
quedaba ahora de aquella plenitud ni de aquella felicidad conjunta y
compartida. Las sombras se habían enquistado alrededor de Eduardo y también en
su mente, llenándolo todo de preguntas que parecían carecer de respuesta.
Eduardo se revolvió
en la silla; estaba incómodo, tenso… ¿Cuál era el paradero de Violeta? Aquella
ausencia estaba acabando con él. Ella siempre había sido el centro de su
existencia, el primer pensamiento al levantarse y el último antes de dormirse,
sintiéndose confortado en la cama por el tacto del brazo de su chica en el
momento en el que sus ojos se cerraban para abandonarse al placer del sueño.
Pero ella ya no estaba.
La había tenido y la
había perdido. Ahora todo era frío, pues su corazón siempre había estado en manos
de la joven que ahora permanecía oculta impidiéndole a él avanzar. La había
amado, pero no la había conservado y, aún así, todavía podía sentir su mirada
puesta en él, obligándole a permanecer inmóvil. Pero de algo estaba seguro.
Ella no había desaparecido por voluntad propia, algo le había ocurrido. Y sabía
quiénes eran los responsables. Eran ellos.
Eduardo recordó el
día que se despertó y ella no estaba. Recordó cómo la había buscado sin éxito,
preguntado, casa por casa, a todos los habitantes del vecindario. Ya en ese
momento había entendido que la desaparición de Violeta iba más allá de lo que
él mismo pensaba. La reacción de los vecinos ante sus intentos de averiguar lo
sucedido no era normal. No era que se mostrasen extrañados por la ausencia de
ella. No, no era eso. Era otra cosa la que resultaba inquietante. Era el modo
en el que le miraban, como si no entendiesen sus preguntas, como si él fuese un
extraño, un loco. Hubo un momento en el que llegó a dudar de sí mismo. ¿Cabía
la posibilidad de que hubiese perdido la cordura? ¿Acaso Violeta había sido
solamente un delicioso fruto de su imaginación? ¿Podría ser que ella nunca
hubiese existido? No, imposible. Él no estaba loco y se convenció de ello
cuando aquellos tipos vinieron en su busca y se lo llevaron con ellos. Ellos.
¿Qué ocurría? Le estaban haciendo desaparecer como había hecho primero con
Violeta. Eso era.
Tres años habían
pasado desde aquellos acontecimientos y Eduardo no había vuelto a respirar el
aire que corre libre por las calles. Seguía sufriendo su confinamiento, aquel
al que aquellos hombres vestidos con ropas oscuras le habían condenado.
Pero ese día había
sido distinto. Le habían cambiado de habitación por algún motivo que no llegaba
a entender. Varios de aquellos tipos le habían acompañado durante el trayecto a
pie por distintos pasillos, todos ellos fríos, todos ellos vulgares. Le habían
conducido a través de una puerta hacia el interior de la sala. Tan sólo con
poner un pie en la misma pudo sentir una incómoda sensación, la sensación de
sentirse observado por distintos pares de ojos ávidos de algo siniestro. Ahora,
en aquella silla, la impresión de sentirse observado seguía acompañándole, pero
no le importaba. No le importaba nada. Ni las miradas furtivas, ni la
imposibilidad de moverse, ni aquella presión en la cabeza, ni la oscuridad que
se aferraba a él. Todo le daba igual desde el día en el que aquella pesadilla
había comenzado. Lo único que le importaba era el paradero de Violeta. ¿Habían
hecho lo mismo con ella? ¿La habían tenido retenida todo aquel tiempo? ¿Estaría
ella pensando en él como él lo hacía en ella?
De pronto, el tiempo se
detuvo. Sólo hubo espacio para los calambres, las convulsiones, el dolor, los
vómitos, el sabor a sangre. Su cuerpo se retorcía sin moverse del sitio y se
tensaba violentamente. Aquellas descargas eléctricas activaron entonces algo en
su mente, el recuerdo olvidado, la pieza perdida del puzle, la respuesta a
todas sus preguntas. Fue sólo durante un segundo, tiempo suficiente para entenderlo
todo y horrorizarse.
Eduardo pudo revivir
de nuevo el último instante en el que había amado a Violeta. Él volvía de
trabajar antes de lo previsto por culpa de un fallo del suministro en su
empresa. Se bajó del coche. Caminó los escasos metros que le separaban de su
casa. Allí, junto a la puerta, Violeta se despedía de otro hombre con un beso a
boca abierta que sellaba su traición.
Tras estas imágenes
Eduardo ya no vio nada más.
Pues si que es oscuro. Confieso que me has tenido despistado durante toda la historia. De verdad crei que se trataba de un secuestro.
ResponderEliminarYa ves que cada uno se monta la película como mejor puede. Una lástima que sólo sea eso, una película.
EliminarMe ha gustado mucho. Sobre todo ese instante de luz(idez) en esa mente enferma que le pone frente a los ojos lo que ha hecho y su condición criminal.
ResponderEliminarEs verdaderamente inquietante. Saludos Mr.M!!
Gracias. El momento luz(idez) pretende ser un shock en sí mismo. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn saludo, Zavala.
Interesante hasta el final. Según leía Iba cavilando cual podría ser ese final y me has sorprendido.
ResponderEliminarEs la condena de estos tiempos. Si no hay sorpresa final parece que le falta algo a la historia. Pero oye, yo condenado y feliz, que me encanta eso de llegar al final y soltar un ¡ostia! como una casa.
EliminarUn abrazo, Amaia.
No es por pasarme de listo pero yo sí me imaginé que él era el asesino. Pero da igual porque lo importante es ver el proceso de su locura y como disfraza Eduardo la realidad.
ResponderEliminarPues está muy bien que lo hayas pillado. Tú eres mi próximo reto y escribiré un relato en el que llegues al final sin adivinar nada. ¿Te parece?
EliminarEstá muy bien. Impactante el momento en el que todo se le desvela a Eduardo mientras lo fríen en la silla eléctrica.
ResponderEliminar¡Pobre Eduardo! Bastante tiene con lo que tiene como para que vengas tú a hablar de su muerte diciendo que lo fríen. ¡Ni que fuese un muslito de pollo! ¿No te da vergüenza?
EliminarDigno de una película, Mr M.
ResponderEliminarPara la peli ya me escribirás tú el guión, que eres el experto.
EliminarUn saludo, Moisé.
Tiene razón Moises. No se una pelicula, pero sería un buen corto.
ResponderEliminar¿Qué os pasa a todos? Todavía no pienso dar mi salto al cine.
Eliminar¡Excelente!
ResponderEliminarRepleto de suspenso del mejor, mantenés enganchado al lector durante toda la trama preguntándose a cada paso «¿qué pasó con Violeta» y, claro, «¿qué pasa con Eduardo?». El final llega, inesperado (por lo menos para mí), y nos da un golpe de efecto que nos deja un agradable sabor de boca.
Un párrafo aparte para las descripciones de los diversos entornos que rodean al protagonista (vecindario, discoteca, prisión...): con los términos justos y necesarios (ni más, ni menos) para generar la atmósfera ideal del relato.
¡Felicitaciones, Mr. M!
Me encantó.
Gracias!Encantado de dejarte tan buen sabor de boca. Gracias por el comentario, casi una reseña, sobre el relato. Da gusto escribir para que siempre te reciban con tanta aceptación. Espero que cuando lo haga mal también me lo digáis.
EliminarUn saludo, Juanito.