Hola. mistercitos. Hoy me encuentro mucho mejor y para celebrarlo, os traigo otro relato. En este caso conoceremos a Esther, una joven cuya franqueza y naturalidad no son compartidas por todo el mundo. No a todos les gusta hablar tanto como a ella, tal vez sea porque tengan mucho que ocultar. Ya se sabe, la falta de naturalidad suele conllevar la premeditada negación de oscuros secretos.
Seguimos en contacto, mistercitos.
Mi nombre es Esther y necesito reflexionar en
voz alta. Alguien se ha enfadado conmigo. Reconozco que eso es algo bastante
frecuente, ya sé que no se puede simpatizar con todo el mundo por igual, pero
puedo asegurar que a lo de hoy no le encuentro sentido.
Durante varios días he estado encargándome de
organizar una reunión con varios de mis amigos. Parece que siempre tengo que
ser yo quien se preocupe de ello y eso es algo que mi cuenta de teléfono
siempre acaba notando, pero no me importa si así consigo pasar un tiempo junto
a mi gente de forma relajada, algo que últimamente parece más que complicado.
Finalmente conseguí que todos nos viésemos en
un bar de copas del centro. Así, después de ser yo la primera en llegar, éramos
diez personas alrededor de dos mesas puestas juntas para la ocasión. A decir verdad,
éramos los amigos de siempre con el añadido de las parejas de algunos.
La cuestión es que la conversación fue
desarrollándose por los derroteros habituales en este tipo de reuniones. Un
poquito de viejos tiempos, otro tanto de cuestiones políticas, unas cuantas
críticas cinematográficas, tres minutos sobre el Paradigma de la Complejidad y
a alguien se le ocurrió introducir el tema de las relaciones de pareja.
Claro, si hay algo que me guste eso es hablar,
aunque también estoy satisfactoriamente capacitada para escuchar. Sin embargo, es
dando a conocer mis ideas cuando me siento plena y reconozco que poseo una
capacidad pasmosa para encadenar unos temas con otros, aunque no siempre de la
forma más adecuada para todo el mundo. La cuestión es que poco a poco fui
dirigiendo la conversación hacia el terreno sexual, que si bien tiene que ver
con las relaciones de pareja, no siempre ha de estar uno emparejado para
practicarlo y, mucho menos, para hablarlo.
Al principio todo fue más o menos bien hasta
que, en un momento dado, para ilustrar uno de los temas que estábamos tratando
se me ocurrió enumerar algunos de mis gustos sexuales y ejemplificar con,
llamémosle, un caso práctico. Ya estaba yo totalmente enfrascada en mi relato cuando
pude darme cuenta de que la novia de Hugo, uno de mis amigos, tal vez el más
especial de todos, estaba empezando a incomodarse. Realmente no fue algo que me
importase demasiado y, sin mayores preocupaciones, seguí con lo mío, para mi
propio disfrute y diversión de la mayoría.
Sin embargo y tristemente, no pude llegar a
la conclusión de lo que estaba contando pues la novia de mi Hugo, una estirada
presuntuosa con la única virtud de mirar al resto por encima del hombro sin
romperse el cuello, se dirigió a mí con un alarde de dignidad y superioridad al
que si no le di importancia es porque ya estoy de vuelta de todo, que si no…
Pero una cosa es que yo no tenga en cuenta el
hecho y otra muy distinta es que el hecho en sí no se haya producido y, así, el
eco de sus palabras aún rebota en mi cabeza. Hasta tal punto lo hace que podría
jurar que la tengo hueca y, si cierro los ojos, aún puedo escuchar a la novia
de Hugo dirigiéndose a mí mientras me clavaba su reprobadora mirada.
–Oye, mira –me dijo–. Si salgo por la tarde
es para pasar un rato entretenido y no para que se me revuelvan las tripas con
groserías y marranadas.
¿? ¿Groserías? ¿Marranadas? Puedo jurarlo con
la mano sobre la mismísima biblia. Yo no estaba hablando de marranadas, sólo de
cómo me gusta hacer y que me hagan sexo oral, de lo mucho que me aburre la
postura del misionero, de lo mucho que disfruto al hacerlo en lugares públicos
y cosas así. Pero ¿marranadas? A mí no me lo parece. Y eso fue lo que le
contesté.
–Oye, perdona, que sólo estoy hablando de
sexo.
–Sí, pero lo tuyo son marranadas.
–No, sólo es sexo –respondí yo.
–Ya, pero lo haces sucio.
–Mira, guapa. El sexo sólo es sucio cuando no
te lavas.
Evidentemente la cuadriculada mujercita no
captó el sentido de mis palabras, pues no dudó en mostrarse ofendida.
–¿Me estás llamando guarra?
–No, supuestamente la guarra soy yo. Tú más
bien eres una remilgada.
Por supuesto, en ese momento, Hugo se vio
obligado a intervenir.
–Oye, Esther. Déjalo estar, tampoco te pases.
–¿Que no me pase yo? ¿Ella es la que me llama
sucia y soy yo la que se pasa?”
– ¿Qué más te da? –me dijo él–. Deja el tema
ya.
A
estas alturas de la conversación la parejita ya estaba empezando a minarme la
moral. Pretendían hacerme callar cuando yo más ganas tenía de hablar. Y claro,
eso es como juntar el hambre con las ganas de comer. Tras una breve discusión, fue
él, mi propio colega quien me censuró.
–Mira, chica. Guárdate tus cosas para ti y ya
está. Tampoco son tan interesantes y no tienen por qué importarnos al resto.
Pude darme cuenta de que la discusión estaba
empezando a incomodar a todos los demás presentes así que, como puede que yo
sea una cerda, pero jamás seré una maleducada, opté por dar por finalizada la
conversación, aunque sólo fuese por respeto a los demás.
Todo esto tan sólo consigue traerme a la
mente unas cuantas preguntas. Primero, ¿por qué la gente tiene tantos problemas
con el sexo? Digo yo que si hablamos sin tapujos sobre lo que comemos, lo que
bebemos, lo que nos duele y si hay incluso quien no tiene el más mínimo reparo
para airear los trapos sucios de su prima ¿por qué debería ser diferente en lo
que al sexo se refiere? ¿No se supone que es algo que todos, o casi todos, hacemos?
¿Qué hay de malo en hablarlo? ¿Por qué tiene que tratar la mayoría su
sexualidad de una forma tan oscura? En lo que a mí respecta, seguiré hablando
de ello como hasta ahora. Nunca me ha ido mal. De hecho, algunos de los que hoy
son mis mejores amigos y amigas congeniaron conmigo por lo divertidas que les
parecían mis conversaciones “sexuales”.
En fin, allá cada uno. Como ya he dicho, la
conversación terminó en ese momento. La novia de Hugo dibujó en su rostro una
expresión que denotaba la satisfacción de saberse ganadora, pero lo que ella no
sabe es que su novio, el que tanto defiende su recato oral, también está de
acuerdo en eso de no hablar de lo que se hace en la cama, pero no por los
motivos que ella cree. Él prefiere no hablar de sus prácticas sexuales porque
si se pusiese a contar todo lo que hace en posición horizontal a ella no le
saldrían las cuentas y diría –“No, cari. Eso no lo hacemos”–. Y es cierto, ella
no lo hace, pero él sí. Puedo jurarlo, lo sé de primerísima mano, la mía propia.
Y por mí así puede seguir siendo, que no seré yo quien vaya a explicarle a ella
lo que es sucio realmente. Aunque podría hacerlo, para que controle sus aires de
superioridad. Pero no, lo dejaré todo como está. Por mí ya pueden darle por el culo. Claro, si no es demasiado
sucio para ella.
Me suena montón esta historia!!!!
ResponderEliminarSiiii!
Eliminarquiero tener esoo
ResponderEliminarque quieres tener???
EliminarSEX!!!!!
EliminarMuy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarWow, me mojaste como nunca
ResponderEliminarNo quiero leer tanto
ResponderEliminarbuena historia !! miren las cubanas que encontré y no son nada Remilgadas jajajajaja
ResponderEliminarhttp://cubacrazysex.blogspot.com
Olap
ResponderEliminarAl qiero q me lo coja
ResponderEliminarCada experiencia es diferente y ante cualquier problema en nuestra sexualidad , buscar alternativas de como mantener una ereccion y disfrutar de nuestra sexualidad se debe hacer de forma segura y lograr nuestro bienestar y eso que deseamos sentir.
ResponderEliminarCada uno puede hablar del tema q prefiera,pero no se debe pretender que los demás compartan lo mismo, lo sexual es un aspecto privado que hay que respetar
ResponderEliminarEl sexo debe ser hablado con nuestra pareja, antes de llegar a la cama, así sabremos que va a ser increible y que disfrutaremos por igual.
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