Supongo que esto tiene mucho que ver con la historia que os traigo hoy, "La Rutina Manchada", un relato en el que la explicación a un asesinato es la más simple y, a la vez, la más sincera de todas. Disfrutadlo y no os vayáis muy lejos porque volveré pronto y pobre del que falte. Un saludo.
Las
manos de Carla todavía estaban manchadas de sangre cuando la policía entró en
la casa. La joven permanecía sentada en el sofá del salón mientras, en el
dormitorio, el cuerpo de Alberto yacía sin vida sobre la cama. El comisario
echó un rápido vistazo a la casa. A simple vista, nada indicaba que se hubiese
producido algún tipo de discusión entre la pareja. Todo permanecía en orden, el
pequeño dormitorio no mostraba desorden alguno y el jarroncito sobre el
aparador junto a la entrada permanecía intacto. En el salón, todo estaba
también en orden. Cada libro ocupaba su lugar en las estanterías, así como cada
dvd. La armonía y la paz del hogar no resultaban alteradas a excepción del
color rojo que teñía el pecho de Alberto y las manos de Carla.
–¿Qué
ha ocurrido aquí? –preguntó el comisario a la joven en el sofá.
–Le
he matado mientras dormía –titubeó ella.
–¿Cómo?
–Le
clavé un cuchillo en el corazón.
Carla
se apartó el cabello del rostro.
–¿Cree
usted que habrá sufrido? –preguntó.
–No
lo creo. La muerte debió de ser rápida.
–Bien.
–¿Y
dónde está el cuchillo?
–¿Qué
cuchillo? –preguntó Carla con ligera desorientación.
–El
cuchillo que con el que ha matado usted a su novio.
–Vaya,
no recuerdo dónde lo he dejado.
–¿No
lo recuerda?
Carla no contestó. El comisario no
llegaba a entender lo que allí había sucedido. Según los vecinos, la pareja
formada por la joven y su novio era completamente normal. Dos enamorados que se
habían mudado al edificio tres años atrás y durante los cuales nunca habían
dado muestras de desavenencia alguna. Era habitual verles salir juntos los
fines de semana, preparados para disfrutar de los entretenimientos que la
combinación de noche y ciudad suele ofrecer.
–¿Ha
estado usted alguna vez enamorado? –pregunto entonces Carla.
–¿A
qué viene eso ahora? –respondió el comisario.
–Yo
lo estaba. Ambos lo estábamos.
El
comisario guardó silencio, escuchando con atención.
–Cuando
conocí a Alberto –continuó ella– yo estaba desengañada por completo de los
chicos. Todos con los que había estado antes me habían utilizado, se habían
aprovechado de mí. Lo único que buscaban era llevarme a la cama. Supongo que no
puedo culparles.
A
ojos del comisario, fácilmente la chica resultaría toda una tentación para
cualquier miembro del sexo masculino. Su esbeltez, su corto cabello castaño que
acentuaba su aspecto aniñado y su cuerpecillo moldeado con espléndidas curvas
no pasaban desapercibidos.
–En
realidad la culpa siempre había sido mía –siguió explicando la joven–. Sólo era
necesario que un chico me dedicase un par de palabras bonitas para que yo me
fuese con él. Supongo que siempre he sido una enamorada del amor. Me sentía más
atraída por los sentimientos que me producía el creer estar enamorada que por
las personas, pero con Alberto todo fue distinto. Él fue el primero que se
preocupó por mí, el primero que antepuso mis sentimientos a los suyos.
Carla
se levantó del sofá y caminó hacia la ventana.
–El
día que nos conocimos no me encontraba en las mejores condiciones. Mi último
novio acababa de dejarme y yo había bebido como una cerda. De hecho estaba
tirada en la calle, junto a un portal, cuando Alberto me encontró. Me preguntó
si me encontraba bien y me ayudó a levantarme. Yo me quedé mirándole, él me
miró a mí, pasaron unos segundos y le vomité encima. Pero él siguió a mi lado. De
hecho me acompañó a mi casa y no se fue hasta que entré. Pero lo mejor fue que
al día siguiente estaba esperando en la calle. Había estado allí dos horas sólo
para preguntarme si me encontraba mejor. Lo menos que pude hacer fue invitarle
a tomar un café. Y desde entonces no nos hemos vuelto a separar.
–¿Y
cuando empezaron los problemas? –preguntó el comisario.
–¿Cómo
dice?
–¿Cuándo
empezaron a llevarse mal ustedes dos?
–¡Nunca
nos hemos llevado mal!
–Entonces
no entiendo nada.
–Es
evidente que no. Yo nunca podría haberme llevado mal con Alberto. Es la mejor
persona que he conocido en toda mi vida.
–Señor
comisario –uno de los agentes que registraban el piso interrumpía la
conversación–, hemos encontrado el cuchillo. Estaba debajo de la cama.
–Muy
bien. Ahora mismo estoy con vosotros.
El
agente de policía volvió a sus quehaceres en el dormitorio y el comisario
devolvió toda su atención a la joven.
–Puede
usted continuar –dijo.
–Le
decía que Alberto era la mejor persona que he conocido nunca. Lo era cuando
empezamos a salir y siguió siéndolo hasta esta noche. Hemos hecho tantas cosas
juntos. Hemos viajado por el mundo, hemos visto todas las obras de teatro de la
cartelera, hemos cenado en los restaurantes más románticos de la ciudad y hemos
hecho el amor en las posturas más inverosímiles.
–¿Y
fue todo tan maravilloso hasta hoy?
–No
exactamente. Este último año todo pareció cambiar. Tal vez hubiese cambiado
antes ya y no me había dado cuenta. Fuera como fuese, lo cierto es que un día
me desperté sabiendo que yo ya no le amaba. Él seguía siendo el mismo, pero yo
era diferente. Todo lo que antes me parecía maravilloso ahora me aburría. De
tanto viajar ya no nos quedaba mundo por descubrir, las obras de teatro que
todavía no habíamos visto ya no eran interesantes, los restaurantes perdieron
todo el romanticismo de tanto frecuentarlos y ya no había posturas nuevas con
las que experimentar. Pero lo peor de todo era que su amor seguía siendo el
mismo del primer día, no había cambiado ni siquiera un poquito.
–Ya
veo.
–Sentí
que no podía seguir con él, tenía que empezar una nueva vida sin estar a su
lado.
–¿Y
por eso le mató?
–No
podía seguir alargando la situación más de lo que lo había hecho.
–¿Y
esa fue la única solución que encontró?
–La
única y, créame, las sopesé todas.
–Permítame
entonces decirle, señorita, que no está usted bien de la cabeza.
–¿Por
qué no?
–Veamos,
me ha dicho usted que su novio fue la primera persona en mucho tiempo que
mostró preocupación por usted.
–Eso
he dicho.
–Y
que durante dos años la vida a su lado fue maravillosa.
–Sí,
eso también lo he dicho.
–Él
nunca le había dado motivos para estar disgustada o resentida.
–Nunca.
–Y
aún así usted dejó de quererle.
–Sí,
son cosas que suceden cuando menos lo esperas.
–Y
la única forma que encontró de terminar con todo fue matándole.
–Exactamente.
–Pues
lo dicho, está usted mal de la cabeza. ¿No hubiese más sencillo dejarle?
–¿Sencillo?
¿Usted ha escuchado una sola palabra de lo que le he explicado? ¿Cómo iba a
dejarle? ¿Qué clase de monstruo cree que soy?
Una
lágrima descendió por la mejilla de Carla.
–Yo
nunca hubiese tenido el valor de abandonarle. Eso le hubiese roto el corazón.
Muy bueno Mr M , me ha gustado.
ResponderEliminarAmaia
PD tengo nuevas entradas en el blog, pásate a verlas si te apetece.
A mí también me ha gustado y mucho. Es verdad que muchas veces el amor se acaba sin motivo, pero lo de la mujer esta es muy fuerte. Por mucho que le partiese el corazón él se habria recuperado, digo yo. De esta otra manera Alberto no tiene ninguna posibilidad, aunque visto desde el punto de vista de ella puedo entender cierta lógica en su manera de actuar. Creo que en el fondo ella seguía queríendole. Solo necesitaban algo que devolviese la chispa a la relacion.
ResponderEliminarDespués de esto nunca me echaré novia
ResponderEliminarPuedes echártela, pero procura mantenerla siempre entretenida. No caigáis en la rutina.
ResponderEliminarHola Mr. M gracias por afiliarme a tu blog.
ResponderEliminarHe leído algunos de tus poemas y relatos y me gustaron mucho porque tienen un mensaje que te deja con una sensación extraña, como de angustia. Definitivamente uno llega a identificarse con tus personajes.
Muchas gracias a ti, Diego, por tu comentario y por tu análisis. Tengo que decir que me encanta la forma en la que interpretas mis escritos. Me ha gustado eso de que te dejan una sensación de angustia. Espero que sigamos leyéndonos durante mucho tiempo.
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