lunes, 24 de febrero de 2014

RELATO: CADENAS

¡Y arrancamos otra vez! Lo sé. Estaréis pensando que por cuánto tiempo. Y es que tengo un blog bastante inestable, que lo mismo se llena de escritos en poco tiempo como permanece seco durante largos periodos de tiempo. Mea culpa!
Mi problema es que mi limitada cabecita no da para más y cuando estoy escribiendo una novela me quedo seco de ideas para relatos o poemas. No sólo eso, es tanto el tiempo que le dedico que apenas si me quedan horas en el día para dedicarlas al blog. Y más en este caso, en el que la novela va acompañada de un trabajo paralelo que me ha tomado tanto o más tiempo que la misma. Espero que, al menos, el resultado esté a la altura.
Pero ya estoy aquí, "El Blog de Mr. M" vuelve a estar activo y prometo hacer que de mi mano esté para compensar la ausencia. Y empiezo con un relato sobre la libertad o, más bien, sobre la falta de la misma y sobre ese ser oculto que se empeña en negárnosla. Disfrutadlo y, por supuesto, comentad.

¡Un abrazo a todos!







Jon permanecía de pie, consumido por la idea de poder moverse, pero sólo era eso, un anhelo. Aquellas cadenas llevaban tiempo oprimiéndole y últimamente parecía que lo hacían con más fuerza, hundiéndole en el suelo bajo su creciente peso. Daría lo que fuese por poder librarse de ellas, era aquel en deseo que brillaba en sus ojos, encendiéndolos en medio de la tenue iluminación de la sala.

En el pecho, y bajando hacia su estómago, podía sentir los latidos, pero no eran suyos. Eran una suerte de martilleo constante, procedente del exterior, que golpeaba sus entrañas y que no hacía otra cosa más que desafiarle a revolverse. Y quería hacerlo, de verdad… pero no podía. Si tan sólo fuese capaz de reunir el valor necesario para dar el paso.
¡Qué satisfacción más grande sería poder rebelarse contra sus ataduras! Estaba seguro de que por primera vez en mucho tiempo podría sentirse vivo. De hecho, en cierto modo, una sensación de vida estaba empezando a correr por sus venas. Era aquel martilleo el causante, no había lugar a dudas.
Oh, las cadenas… Las malditas cadenas… Llevaban tanto tiempo alrededor de su cuerpo que, incluso a veces, lograba encontrar cierta comodidad en su abrazo. Pero no ahora.

Había estado en esta misma situación otras veces y el poder de su cautiverio siempre terminaba por imponerse. Es probable que pudiese haber hecho algo al respecto, pero ¿el qué? Jon observaba a los otros, a todos los que le rodeaban y nadie mostraba signos de debilidad como él lo hacía, nadie parecía llevar una carga tan pesada como la suya. ¿Es que sólo había cadenas para él o es que el resto tenía lo necesario para escurrirse de ellas? Cualquiera que fuese la respuesta, lo cierto era que todos, a excepción de él, se mostraban felices disfrutando de su libertad. Él también quería. ¿Qué le hacía diferente de los demás? ¿Por qué ellos sí podían y él no?
Y entonces se maldijo. Maldijo sus miedos y su inseguridad. Estaba tan asustado que tan sólo tenía capacidad para repetirse de continuo que nada podía hacer. ¿Pero era eso verdad o se estaba engañando a sí mismo? ¿Hasta tal punto formaban las cadenas parte de él que ya ni siquiera iba a molestarse en probar a vivir sin ellas?

Y entonces ocurrió algo poco común para él. Jon se desdobló, prácticamente salió de su cuerpo para enfrentarse a sí mismo, cara a cara. Fue ahí cuando lo vio, fue ahí cuando lo entendió. Las cadenas no le sujetaban en absoluto, era él quien se aferraba a ellas. Cargaba con su peso allá a donde fuese como si de un alma soportando su condena eterna se tratase. Ahora lo sabía y, sin embargo, su situación seguía siendo la misma. Tan sólo tenía que soltarlas, pero sus dedos entumecidos por el paso del tiempo eran incapaces de abrirse. ¿Qué hacer? ¿Qué era lo qué tenía que hacer? Jon no era consciente de ello, pero ya había empezado a luchar.
Su corazón, ahora sí, golpeaba su pecho casi con la misma fuerza que lo hacía aquel otro martilleo procedente del exterior. El chico dio un paso hacia adelante. Fue duro hacerlo bajo aquel peso, pero tenía que seguir. Repitió la operación hasta llegar a los tres escalones que le separaban del centro neurálgico de la sala, del lugar en el que la vida parecía desarrollarse ajena a sus tribulaciones. Jon comenzó el breve ascenso, deteniéndose en cada uno de los escalones pues, cada vez que ponía el pie en uno de ellos, las cadenas incrementaban su peso, tirando de él hacia abajo, inmovilizándole. Tal vez si diese media vuelta aquella especie de lastre no se haría tan insoportable. Pero no; Jon ahora estaba lo suficientemente cerca como para ver aquellos rostros iluminados por el brillo del gozo y la despreocupación, aquellos cuerpos en comunión con el martilleo y él también quería.
De nuevo intentó abrir los dedos, pero estos seguían dormidos, indiferentes a la voluntad del chico. No había más opción que seguir avanzando y así lo hizo. Unos pocos pasos más le llevaron hasta el centro de la sala y entonces se sintió bien. Las cadenas seguían tirando de él, pero algo había cambiado. Era una leve sensación de euforia. Si había conseguido llegar hasta allí, ¿por qué no continuar en su empeño? Estaba más cerca de nunca de cumplir su deseo, sólo tenía que resistir. Seguía en pie y eso ya era un logro.
Jon miró a su alrededor, se concentró en el martilleo y cerró entonces los ojos. Empezó a mover la cabeza mientras su corazón se aceleraba descontrolado. El torso no tardó mucho más en dejarse llevar por aquel incesante golpeteo… y empezó a ocurrir. El peso que le encadenaba se hizo un poco más liviano, mejor aún, sus dedos comenzaban a abrirse muy lentamente. Era algo casi imperceptible, pero estaba ocurriendo.
El chico abrió los ojos un instante y comprobó que el mundo no se había acabado, que su recién adquirida autodeterminación no tenía ningún tipo de reacción adversa en su entorno. Un poco más tranquilizado, volvió a cerrar los ojos. Fueron entonces sus pies los que empezaron a moverse y, como si de un milagro se tratase, el peso de las cadenas se redujo de forma considerable.
Haciendo un último esfuerzo, Jon abrió los brazos y entonces sucedió. Sus dedos despertaron por completo, extendiéndose y dejando caer las cadenas que, nada más impactar contra el suelo, se transformaron en un vapor envolvente que, poco después, pasó a desintegrarse en el aire mientras él giraba sobre sí mismo. Libre de pesos y ataduras, el joven comenzó a dar saltos, sintiéndose libre como nunca antes.


Y así pasó Jon el resto de la noche, bailando en el centro de la pista de aquella discoteca del centro, lugar al que cada sábado noche acudía para quedarse en un rincón, con la esperanza de tener el valor suficiente para dejarse llevar por la música. Esta vez, por fin, había sido fuerte. Esta vez, la primera de hecho, pudo entender lo estúpido de su persistente actitud durante todo aquel tiempo. Esta vez era feliz.

13 comentarios:

  1. Una historia simple que habla de los miedos, la vergüenza, sensaciones que nos paralizan por el simple hecho de pensarlas.
    Muy interesante manera de plasmarla.
    Saludos.

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    1. Gracias!
      Resulta que muchas veces escribimos sobre miedos y terrores relacionados con monstruos, psicópatas o fantasmas y resulta que hay otros miedos, los cotidianos, que están ahí constantemente y que nos atenazan impidiéndonos llevar una vida normal. Me apetecía explorarlos un poco. Espero que te haya gustado.

      Me he pasado por tu blog http://raulogar.blogspot.com.es. ¡Eso sin que son miedos de los que te dejan acojonado! Seguirás teniéndome por ahí, eso seguro. Espero que tú también sigas por aquí.

      Por cierto, con tu foto de perfil tienes ya todos mis respetos, jejeje...

      Un saludo!

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    2. ¡Dos potencias literarias se han unido! Celebro eso, sin dudas.
      La manera de plasmar violencia en las letras por Mr. M, y la forma de mostrarnos el horror a cada paso de Raúl Omar García, de lo mejor que uno puede leer en la web.
      Muy contento por esta vinculación web naciente.
      Saludos a ambos.

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    3. Gracias a los dos.
      Debo decir, Juan, que muchos seguidores de mi blog llegan por verme comentar en el tuyo. Vi a Mr. M como mi seguidos 51 y me pasé por acá a ver qué onda, y vaya sorpresa que me encontré: no me quedó más remedio que leer y comentar, es imposible no hacerlo.

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    4. Wow! Gracias a los dos por vuestras palabras. Vais a sacarme los colores, sobre todo porque no las merezco de vosotros. Sinceramente (y lo digo en voz baja porque no quiero que la gente se entere), creo que ambos me superáis. Vuestros relatos me producen envidia, sana, pero envidia al fin y al cabo.

      Bueno, y ahora que nos hemos comido las pollas un rato, sigamos escribiendo más relatos. Hay mucho trabajo por hacer.

      Un abrazo para los dos!

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  2. Cuando empecé a leer pensé que iba de otra cosa. Me imaginaba a un tío en un barco de esclavos o algo así. Y nada que ver. Me gusta esa forma de reflejar que somos nosotros los que no privamos de muchas de nuestras libertades. Buen relato.

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    1. Me alegra haberte despistado y que hayas disfrutado del relato.

      Así es, muchas veces somos nosotros mismos los que nos encerramos en una celda y eso nos pasa por tener siempre el NO en la boca.

      Un saludo, Morneo.

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  3. Toda la razón, M. Mucas veces nosotros somos nuestros peores enemigos y nuestros mayores carceleros. Buen arranque para esta nueva temporada del blog.

    Otra cosa, felicitaciones por la nueva imagen del blog, tan madrileña y tan nocturna. ¿Tiene algo que ver con lo que nos espera? Es que ya me he dado cuenta en todo este tiempo que en todo lo que haces y dices siempre hay pistas ocultas de lo que está por venir. Espero que siga siendo así. Saludos.

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    1. Gracias! Celebro que te haya gustado.

      Muy listo y observador me pareces. Tienes razón, siempre dejo pistas que suelen pasar inadvertidas. Y sí, la estética del blog es una de ellas.

      Un saludo!

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  4. Muy bueno, Mr. M.
    Me pasó como a Morneo, me imaginé al protagonista en una cárcel común de la Edad Media, sufriendo a la par de varios condenados. Sorprendido (para bien) con el final del relato, y con mucha empatía para con el personaje del mismo: me vi a mí mismo de adolescente en los boliches de mi pequeña ciudad, ja.
    ¡Saludos!

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    1. Bien! Siempre me produce cierta satisfacción cuando consigo despistar al personal. Empiezo a entender que esto de escribir tiene mucho de juego con el lector.

      Gracias, como siempre, por todo.

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  5. Estas cosas pasan, nosotros mismos somos quienes nos atamos de pies y manos, por poca confianza, por un carácter retraído, por pudor... mil y una cosas que nos impiden disfrutar a tope de esta vida y los momentos buenos que hay que aprovechar, que los malos ya vendrán.
    No me esperaba este desenlace, claro; al hablar de cadenas me iba por otro lado tan contenta.
    Me ha gustado.
    Un saludo

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    1. Gracias por tus palabras. Es tal como lo dices, nosotros mismos nos encadenamos y lo más gracioso es que hay algunos que todavía culpan al resto del mundo por aquello que quieren y no tienen.
      Me alegro de que te haya gustado.

      Un abrazo!

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