jueves, 20 de octubre de 2016

ELLA Y ÉL

Ella. Ella estaba esperándole. Sabía que él pasaría por allí; lo haría como cada noche. Como cada noche él saldría de trabajar, se montaría en su coche y conduciría en dirección a su casa. Y, como cada noche, pasaría por allí. Así que ella estaba esperándole.
Ella. Era ella la que iba a joderle la vida, como él le había jodido la suya. Un año juntos había desembocado en una sucesión de desplantes, engaños y desengaños. Ella que se creía la única en la vida de él había descubierto la verdad y la verdad no le gustaba.
Ella. Lo había descubierto de la forma más tonta. Un simple pitido en el teléfono móvil de él, un tonto acceso de curiosidad de ella y todo cambió. El teléfono había sonado, nada estridente. Una simple y breve señal de aviso. Él dormía junto a ella, no se despertó. Ella no podía dormir y, aburrida, sintió la inusual necesidad de comprobar el teléfono.
Ella siempre había sido feliz. Después de tantas relaciones fallidas, de tantas mentiras, de tantas utilizaciones, por fin había dado con él, el hombre perfecto. Atractivo, encantador, detallista, cuidadoso. Durante doce meses la había colmado de atenciones y, en los últimos tiempos, la promesa de llevar la relación al siguiente nivel había salido a la luz. Pronto estarían viviendo juntos, compartiendo la existencia y las experiencias. Pronto sus encuentros dejarían de ser ocasionales. Pronto sus vidas estarían unidas para siempre y ella era feliz porque aquello era lo que quería. Ella quería más.
Ella consultó el reloj en su muñeca. Según sus cálculos, él no tardaría más de cinco minutos en aparecer. Se puso en pie, se alisó su corto vestido blanco y, con los pies descalzos, avanzó un par de metros. Allí se quedó. Quieta. Sola. Con los brazos rodeando su cuerpo. Quieta. Sola.
Ella recordaba la fatídica noche en la que tuvo la ocurrencia de consultar el teléfono de él. Había sido entonces cuando lo supo. Supo que todo era mentira, que las atenciones y los cuidados eran de plástico barato, que la existencia no sería ya la misma, que las experiencias, simplemente, ya no serían y que la promesa de una vida juntos se desdibujaba como el humo de un cigarrillo a punto de consumirse por completo. Sólo era un mensaje, unas pocas palabras en la pantalla del teléfono, pero era curioso como aquellas pocas palabras podían cambiarlo todo.

“Cariño. No tardes mucho. Los niños esperan a que les des el beso de buenas noches.”

                Ella lo entendió al momento. Por mucho que los besos fuesen los más dulces, por mucho que los abrazos fuesen los más fuertes, por mucho que sus piernas se abriesen más que las de otras, aquello era algo contra lo que ella no podía luchar. Y sí, lo entendió al momento. Todo se había acabado para ella. O eso fue lo que pensó en un primer momento porque, como un lobo fugitivo en la noche, otra idea vino a ocupar su cabeza. Todo podía acabar para él también.
                Ella estaba allí, esperándole en medio de la noche. Ella iba a hacerlo porque si ella había sido capaz de ponerse de rodillas, de ofrecerle su dolor a cambio de placer, si ella había demostrado no tener dignidad, ahora también podía ser capaz de hacer cualquier cosa. Y lo iba a hacer. La brisa de la noche la acariciaba, le infundía el valor que por momentos le fallaba. Ella irguió su cuerpo y esperó.
                Él. Él apagó la luz de la oficina y tomó el ascensor. Cruzó el garaje en dirección a su coche y se introdujo en el interior. Puso el motor en marcha y condujo a través de la noche. Tenía prisa. Quería llegar pronto a casa. Desde que todo había terminado con ella se sentía más unido a su familia. Ella le había abandonado o eso parecía. Algo había ocurrido, no sabía el qué, que a ella la había empujado a desaparecer. De un día para otro no supo más de ella. No respondía a sus llamadas, ni a sus mensajes, si acaso estaba en casa, ninguna de las veces que él se dedicó a aporrear su puerta ella le había abierto.
Y entonces, como recién despertado de un sueño, él lo tuvo claro. Había sido un estúpido. Había engañado a su familia, se había engañado a sí mismo. ¿Y todo ello por qué? Por una mujer que, lo más que le había ofrecido, era la posibilidad de hacérselo por atrás. No es que ello fuese una tontería, pero ¿hasta qué punto pesaba eso más que una estable vida familiar? Ahora lo sabía, no merecía la pena.
Él giró el volante hacia la izquierda e hizo que el automóvil tomase la carretera principal, una línea recta que habría de llevarle hasta las afueras de la ciudad. Una nube enmascaró el rostro de la luna, oscureciendo la noche.
Ella oyó el sonido lejano de un motor. Dejó caer los brazos y se mantuvo a alerta.
Él continuó avanzando en línea recta.
Ella vio unos faros lejanos. Consultó la hora en el reloj.
Él continuó avanzando en línea recta.
Ella vio el coche acercarse. Sabía que era él. Le conocía tan bien que podía incluso reconocer su forma de conducir.
Él continuó avanzando en línea recta. Y entonces la vio. No la reconoció. Lo único que sus ojos registraban era un bulto blanco inmóvil en medio de la carretera.
Ella corrió en dirección al coche.
Él no entendió lo que ocurría.
Ella siguió corriendo hasta estar lo suficientemente cerca.
Él sintió su corazón golpeando su pecho.
Ella cerró los ojos.
Él trató de esquivarla.
Ella golpeó con su rostro contra el cristal delantero del coche, agrietándolo del mismo modo que él había agrietado su corazón.
Él perdió el control del vehículo.
Ella era amor, era odio, era sangre.

Él. Ella. Nada…

9 comentarios:

  1. Terrible desenlace. Las relaciones extramatrimoniales son siempre problemáticas. Eso me lo contó un amigo...
    Saludos.

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    1. Bueno... Ésta, más que problemática, ha sido fatal. Y es que hay gente que se toma muy mal la mentira.

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  2. Sabes esa es la realidad de muchos, vivir en la mentira de un amor para uno y una ilusión para otro, para desvanecerse en la nada. Me encantó. Cuántas Ella y cuántos El hay en este mundo que no sabe ser sincero. Besos

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    1. Totalmente de acuerdo. Eso sí, no me negarás que la reacción de Ella es un pelín exagerada. De vez en cuando, está bien tomarse las cosas a la tremenda, pero tanto... Ganas de morir a lo tonto.

      Un abrazo y gracias por comentar.

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  3. Ufff... Fascinante, Mr. M. Inesperado cierre, por lo menos para mí. Me encantó.
    Y es un placer volver a estos pagos después de tanto tiempo (mea culpa).
    ¡Saludos!

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    1. Jajaja... Gracias por comentar y por volver, aunque estos pagos tampoco es que hayan estado muy atendidos en los últimos tiempos. Cosas de la nueva novela.

      Un abrazo!

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  4. En fin, me han recomendado este blog y me voy con las manos llenas. Muy buena historia, trágica, como suelen serlo muchas historias de amor, sobre todo cuando están sembradas de engaños. La escritura clara y sin florituras, pero contundente, muy bien.

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    1. Hola,Ángela!
      Bienvenida. Me alegro de que te hayas dejado caer por aquí, gracias a la recomendación de, imagino, el que ha comentado justo antes que tú.
      Me alegro mucho también de que te haya gustado el relato, aunque yo no lo considero de los mejores que tengo. Te invito a que sigas leyendo y descubras que puedo dar mucho más de mí. Aunque por supuesto, todo lo gordo está en las novelas. Ahí sí que hay florituras y contundencia a raudales. Pero bueno, de momento, los relatos están bien para empezar.
      Te envío un saludo y me encantaría seguir sabiendo de ti.

      Un saludo!!!

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    2. Mr. M, no te pierdas las historias de Ángela: una gran escritora, con buenos toques de terror, misterio y violencia en sus relatos, y también erotismo por doquier. Escribe muy, muy bien.
      ¡Saludos!

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