PARA TERMINAR DE CELEBRAR EL DÍA DEL LIBRO

Pues eso, para terminar la celebración de hoy os traigo un nuevo regalito, llamémosle exclusiva.
Como todos sabéis, estoy en pleno proceso de escritura de la que será mi segunda novela, una nueva comedia rebosante de suspense y acción. Eso sí, esta vez prometo algo menos de sangre que la vez anterior.   Pero no por eso la historia va a ser aburrida, ni mucho menos. De ello se encargan unos personajes más deslenguados e irreverentes aún que los de "Plato Frío".
Bien, pues el regalito que os dejo es un fragmento de la novela, no demasiado extenso, lo justo para que os familiaricéis con los protagonistas. Dentro de un tiempo empezaré a contaros más detalles sobre el libro. Hasta entonces, disfrutad de esta píldora.

Un abrazo, mistercitos.

–Izan –dijo Alex chasqueando la lengua–, te juro que intento ponerme en tu piel, pero por mucho que lo haga sigo sin encontrar lógico lo que haces. No estoy diciendo que tengas que pasar página, olvidarlo todo ni nada de eso, pero tu forma de recordar a Claudia me parece demasiado macabra.

–Tal vez no sea esa la palabra más adecuada –le reprendió Hugo.

–¿Y cuál lo es? ¿Siniestra? ¿Lúgubre? ¿Tétrica?

–Alex, estás hablando del dolor de Izan –intervino Simona.

–Y entiendo ese dolor, no me malinterpretéis. Es más, después de él, podéis estar seguros de que nadie lamenta más la muerte de Claudia que yo.

–¿Y quién te dice a ti eso? –protestó Simona–. Tú no sabes hasta qué punto la echo yo de menos. Imagínate que el otro día creí verla por la calle, así, caminando como si nada, como si no hubiesen pasado ya dos años.

–¿Os olvidáis de que también era mi amiga? –intervino Hugo, retorciendo una mueca en su rechoncho rostro–. Yo le tenía tanto cariño como vosotros, aunque a veces costase apreciarla.

–¿Lo ves? –le contradijo Simona–. A mí nunca me costó, yo era su amiga sin cuestionarla.

–Yo no la cuestiono, sólo digo que era un pelín complicada.

–Pues lo que yo digo, la estás juzgando.

–Tonterías –se metió Alex robándole a Hugo la posibilidad de réplica–. De todos nosotros soy yo el que primero la conoció, antes incluso que Izan, así que puede decirse que sé mejor que nadie cómo era ella.

–Uy, no me hagas reír –le cortó Simona–. ¿Llamas conocerla a tirártela una noche y no volver a verla hasta un mes más tarde, cuando Izan apareció con ella?

–Muy mal lo tuviste que haber hecho aquella noche para que ella no volviese a llamarte –se regocijó Hugo–. Alex, tienes que aprender a tratar a las mujeres.

–Y me lo dices precisamente tú, que no debe de haber polla en todo Madrid que no haya pasado por tu boca –atacó Alex con una expresión mezquina en su armonioso rostro.

–La tuya no… que yo sepa –dijo Simona traviesa.

–No será porque éste no lo haya intentado –se defendió Alex.

–Oye, perdona –dijo Hugo haciendo un delicado gesto con sus manos–. En mi defensa tengo que decir que aquella noche estaba borracho. En circunstancias normales tu polla me resulta cero interesante e, insisto, creo que Claudia tampoco la encontró demasiado atractiva.

–Mi polla es tanto o más interesante que la de cualquiera, por mucho que ahora la desprecies. En el fondo lo haces porque sabes que no puedes tenerla.

–No te creas, no es algo que me llame mucho, la verdad. Además, tengo un orificio igual que el de un niño de cinco años y tú eres un bestia.

–Lo sé –dijo Alex sacando pecho y mostrando media sonrisa vanidosa–, te rompería el culo literalmente.

–¿Lo ves? ¿Qué no le harías a Claudia aquella noche? Puedo incluso hasta imaginármelo.

Y entonces, ante la sorpresa de sus amigos, Hugo se puso en pie, cerrando los puños sobre su bragueta como quien sujeta una cabeza y comenzó a simular embestidas con su orondo cuerpo.

–¿Qué tal vas, nena? –dijo engrosando la voz en un intento de sonar como su amigo–. ¿Cómo lo llevas? ¿Puedes con todo? Y claro –dijo sentándose de nuevo–, ella sin contestar, que con la boca llena no se puede hablar.

A todo esto Simona, en su silla, no hacía más que retorcer su oscuro cuerpo cubierto por un ceñido vestido largo de color amarillo, sujetándose el vientre muerta de la risa.

–¡Ay, Hugo! ¡Ya basta! ¡Déjalo que me meo!

–¡Bueno, ya os vale a todos! –les increpó Izan poniendo fin a la broma–. Estáis hablando de mi novia muerta, joder. Podríais tener un poco de respeto.

–Tienes razón, lo siento –se disculpó Alex.

–Nos hemos pasado –dijo Simona haciendo un esfuerzo por tragarse la risa.

–Yo también lo siento. Perdona, Izan –añadió Hugo.

–¿Tú qué vas a sentir? –soltó Alex dando un trago a su cerveza.

–¡Lo siento como el que más! ¡Vamos, hombre! De mi boca también han salido salvajadas, no eres tú el único que puede ser un bárbaro.

–¿Otra vez vais a empezar? –intervino Izan–. Dejadlo ya, por favor, que si he venido no es para aguantar malos rollos.

–Vuelves a tener razón, Izan. Discúlpanos –dijo Hugo.

–Venga, no te lo tomes tan en serio –le animó Alex–. Sabes que la mayor parte del tiempo estamos de broma. Y ahora, volviendo al origen de la cuestión, sigo pensando que mañana tendrías que intentar mantener la mente ocupada en algo más que no fuese Claudia.

–Ah, ¿hay algo más? –se quejó Izan.

–Te estás aferrando demasiado al pasado y sé que no lo ves, pero te estás alejando cada vez más del presente y, lo que es peor, de nosotros. Para cuando quieras darte cuenta tu vida estará demasiado vacía.

–Sabes que somos tus amigos, puedes hablar con nosotros cuando quieras y como quieras, pero no te encierres en ti mismo. Con eso sólo consigues gangrenarte por dentro –dijo Simona posando la mano sobre el hombro de su compañero.